Capítulo 15-Quién es Mercedes, la libertadora de esclavos? Parte1
El resultado de ADN de Abuelas de Plaza de Mayo dio negativo, y como dijo el juez de la causa, ahí se cerraba el caso. Y a pesar de que Claudia Carlotto me dijo que no era así, que como la tecnología seguía avanzando, existía la posibilidad de que aún se encontrase algún familiar en el futuro, para mí ya no había camino a recorrer.Después de recibir la noticia ese 30 de marzo del 2016, no quería saber más nada ni de mi búsqueda, ni de mis expectativas, ni de mi misma.Más que nada lo que sentía era vergüenza. Había convencido a la gente alrededor mio de mi historia, de que yo era parte de un hecho histórico, de que yo tenía relevancia, que yo era la respuesta a la búsqueda de una abuela que desesperadamente me estaba buscando. Yo era especial. Había hasta logrado convencerme a mí misma de eso. Pero ahí estaban las pruebas. No lo era. En mi mente, y para el resto del mundo, volví a ser simplemente otra persona adoptada, regalada o vendida. Era hija de una persona pobre, un error de alguien que, a diferencia de la clase media y alta, no tuvo acceso a la posibilidad de abortar. Cómo se me ocurrió a mí creer que yo podría ser algo más que eso? No me lo habían dejado ya todos en claro? Yo y mis supuestos “genes villeros".Como ya conté antes, volví a Suecia y decidí encerrarme en mi estudio de música, volcarme al trabajo, y hacer de cuenta que desaparecí. Que no existo. Y que nunca jamás se me ocurriese siquiera pensar en tocar el tema de la búsqueda de mi identidad, Qué vergüenza que sentía….Pero que me estaba pasando? Porque no era sólamente el dolor y desesperanza de no encontrar una familia biológica, había algo más torturándome el alma. Podía escuchar las voces dentro mío cuando cerraba los ojos. Podía ver las escenas de mi infancia y adolescencia repitiéndose una y otra vez y no encontraba forma de defenderme de estas “verdades” que me acosaban día y noche. Mi pareja en ese momento me decía: “Que seas hija de desaparecidos o no, no cambia el hecho de que de todas formas sucedió una tragedia en el momento en el que naciste”, cuando veía que yo no me permitía sentir el dolor del resultado de la prueba de ADN. Él me decía que el hecho de que yo no hubiese crecido con mi familia biológica ya era herida suficiente. Yo no entendía a lo que se refería. Escuchaba sus palabras, podía entender lo que decía, pero no su significado.Porque no podía yo sentir compasión por mi propia historia? Porque me revoqué a mi misma el derecho a sentir mi propio dolor y en vez sólo sentía vergüenza?Me costó encontrar el enemigo que me acechaba esta vez. Un enemigo inteligente y sigiloso, que se había escondido entre los pliegues de mi corteza cerebral y el tejido muscular de mi corazón, desde donde bombeaba su veneno permanentemente.Lo que había encontrado un huésped perfecto en mí era el racismo que me rodeó desde tan pequeña. Un racismo internalizado que se había normalizado en forma de voz interior que me repetía las razones una y otra vez de porque yo era genéticamente inferior. Una voz certera e insistente que era casi imperceptible. Una voz que no era la mía, sino del mundo en el cual vivimos que categoriza a las personas como superiores e inferiores. Un arma extendida del poder regente que tiene como propósito mantener esas diferencias, las estructuras de poder y privilegios al dividirnos entre negros, morenos y blancos, heterosexuales, bisexuales y homosexuales, mujeres y hombres, sociedades “civilizadas” versus sociedades “primitivas”, países “desarrollados” versus países “en desarrollo” y mucho más, desde el colonialismo Europeo. Bueno, fue mi forma de sobrevivir. Fue lo que tuve que adoptar de niña para poder encontrar un espacio donde me aceptasen.En pocas palabras, mi niña interior se dijo a sí misma: “si no puedes contra ellos, úneteles”, y a pesar del dolor que le causaba, eligió rechazarse a sí misma y así al menos sentir que tenía algo en común con el grupo de personas que la rodeaba, al menos algo con lo que podía identificarse con ellos.Todo ese discurso tóxico había echado raíces dentro mío, pero no de la forma clásica en la que suele verse expresado el racismo. Eso no me hubiese sido difícil de detectar. El discurso racista se expresaba en el rechazo que yo sentía hacia el color de mi piel, hacia mi pelo enrulado y oscuro, hacia mis caderas, hacia todas las ondulaciones de mi cuerpo, hacia las facciones de mi cara, y el color de mis ojos, hacia el tono de mi voz, mi boca grandota y mi risa fuerte. Porque todo aquello, me habían dicho, era muestra clara de que yo era inferior.Tal vez la forma más fácil de describirlo es la explicación que me dió mi amiga mexicana, cuando me contó porqué le había sido a ella tán difícil salir del closet y reconocerse como homosexual. Mi amiga me contó que su familia y la sociedad de clase alta, católica que la rodeó toda su vida, tal cómo sucede todavía en muchas partes del mundo, estaba fuertemente en contra de la homosexualidad. Es más, la homosexualidad estaba asociada con inmoralidad, con perversión. Años más tarde, cuando ella ya se había instalado en Suecia, lejos de la sociedad en la que creció, y sumamente a gusto con la inclusión y apertura mental de la sociedad sueca hacía la variedad de género y orientación sexual, todavía sentía que le era imposible salir del clóset. Y una vez que logró hacerlo, fue un proceso lento el deshacerse de la vergüenza por su orientación sexual. A pesar de que a ninguna de las personas cercanas que la rodeaba en su nueva vida en Estocolmo, les parecía problemático que no fuera una mujer heterosexual, a ella le demandó años poder aceptarse a sí misma.Lo extraño, me comentó, era que ella nunca jamás sintió rechazo hacia otras personas homosexuales. Nunca trataría a alguien de la misma forma en la que ella se trataba a sí misma, nunca pensaría de la misma forma refiriéndose hacia otras personas. Nunca maltrataría a nadie por no ser heterosexual. La homofobia sólo era hacia sí misma.Los mecanismos de supervivencia del ego pueden ser muy inteligentes y disfrazarse de lo que haga falta, para asegurarse que estemos a salvo.La vergüenza piensa que nos salva del dolor punzante del rechazo de otras personas, al rechazarnos a nosotros mismos primero. Algo así como: “No hace falta que me peguen, yo ya me pego sóla. No hace falta que me rechacen, yo ya sé que no debería ser aceptada” Atacar primero, para evitar que a una la ataquen, y así minimizar o controlar el impacto que la realidad que nos rodea tendría en nuestra niña interior, que tanto desea ser aceptada y vista. Pero por supuesto que duele igual, que todo nos pasa igual.
Acá un ejemplo claro de mi infancia:Cómo muchos otros niños, cuando era chiquita, mi mamá en los veranos me mandaba a la colonia. Esta colonia pertenecía a la comunidad alemana. Todos los días nos pasaba a buscar el micro de la colonia, que nos llevaba al club deportivo alemán, donde nos pasábamos el día entero. Hay una escena recurrente de esos tiempos, de cuando yo tenía 6 años, que no me olvido más, que describe cómo yo ya de chiquita había entendido de qué forma se me percibía. Estábamos cambiándonos en el vestuario, todas las nenas de la colonia y yo. Yo veía que me miraban y se hablaban entre sí. Veía cómo me evitaban, veía como murmuraban. Así que me acerqué a un par de ellas y les dije: “Ya sé que soy una negrita. No tienen que jugar conmigo si no quieren”. No me acuerdo bien que pasó después, pero lo que sí recuerdo es que no la pasé mal. Recuerdo ver alivio en la cara de las nenas. Ya no me tenían que rechazar, yo ya lo había hecho por ellas. El racismo estaba internalizado desde hacía tanto tiempo. Y lo más interesante, era que gracias a entender el dolor que me provocaba a mí, que nunca en la vida trataría a otra persona de esa forma. Sólo a mí misma. Yo vine fallada.Yo estaba mal. Nadie más. Muchos años más tarde, a esto se le sumó el mensaje tácito de la sociedad argentina, que me indicaba que yo como posible hija de desaparecidos apropiada tenía un valor mucho mayor, que si simplemente era hija de una persona pobre. Mensaje que fue sentido y confirmado por varias personas que pasaron por el mismo proceso de búsqueda por el que pasé yo.
De más está decir, el racismo existe en todas partes. Sin hacer un análisis profundo de porque es algo tán común entre los seres humanos, es innegable ver que fácil que hecha raíces y cómo actúa entre nosotros la mayor parte del tiempo de forma inconsciente y hasta en algunas personas de forma consciente y abierta.A veces, las personas pueden pararse a revisar si los propios pensamientos o forma de actuar son racistas, y corregir su forma de pensar y actuar, e intentar ampliar la percepción del mundo que las rodea, y a veces no tienen la capacidad de hacerlo. A veces, las personas están tan acostumbradas a ver las cosas de la misma forma y sus creencias están tan arraigadas, que el mero hecho de ver las cosas desde otro punto de vista les genera una migraña, un ataque de pánico o un arranque de rabia. “Porque si no hay raza superior e inferior, entonces, dónde nos posicionamos y que valor tenemos realmente?” dice el ego perezoso que se niega a cambiar. El ego muerto de miedo que no quiere ser rechazado, que quiere pertenecer al grupo correcto de personas. Al grupo elegido y privilegiado. Personalmente, aunque me reconozco como humana limitada que hace lo que puede con las herramientas que tiene, tengo que decir que prefiero cada día de mi vida ejercitar mi cerebro y ampliar mi percepción del mundo que me rodea. Cuestionar las supuestas verdades con las que crecí y desafiar el miedo de mi ego. El mundo para mí es más lindo así, el racismo nunca me dió nada más que dolor y prejuicios, y esa vida no es la que yo elijo vivir.
Una vez de vuelta en Suecia, esa misma vergüenza, ese racismo internalizado me estaba torturando, consumiendo. Por eso mi plan era encerrarme, ir a las reuniones de doce pasos, a mi terapia, dedicarme a trabajar, y a dejar todo esto atrás. Pero como acabo de mencionar, ese nunca fue mi destino. Mi alma inquieta no lo iba a dejar ir. No iba a permitir que el miedo en mi ego se saliese con la suya. Así que cuando Simon y Juan decidieron hacer una “intervención” y convencerme de que siguiera, lo hice.Gracias a Martin, entonces llegamos a Los Bartuquitas, y gracias a ellos se abrió una nueva puerta. Fue Paola Klejman, la primera que me contó de una tal “Mercedes Yañez” del departamento de derechos humanos en el registro civil de la capital. Lo primero que entendí, fue que esta mujer tenía acceso a los archivos de los hospitales municipales y que por eso podía encontrar a las madres biológicas. Parecía tan fácil. Simplemente tenía que ir a presentarme a su oficina con mi partida de nacimiento y ella me ayudaría. “Pero ojo, es una mujer complicada. Si no le caés bien es probable que no te ayude”, me advirtieron. Así que apenas Simon, Juan y yo llegamos a Buenos Aires, en mayo del 2018, junté coraje, me tomé el subte hasta la estación de Tribunales, caminé hasta la calle Uruguay al 753, donde se encuentra el registro Civil Central, subí al 5to piso, y ahí estaba. En la puerta había un cartel modesto que decía. “Derechos Humanos”. Realmente me sorprendió encontrar esa oficina ahí. Toqué la puerta tímidamente, y desde adentro alguien me respondió con una voz ronca “adelante!”. Abrí la puerta con cuidado y ahí estaba sentada una señora de pelo blanco, largo, ondulado y mirada severa. “Estoy comiendo mi almuerzo” me dijo con una tonada tucumana casi imperceptible, que en realidad quería decir “me viniste a molestar en medio del almuerzo!”. “No tengo apuro”, respondí con mi suequedad más diplomática y cara de piedra, “comé tranquila y me avisás, yo espero acá afuera”. Cerré la puerta y me quedé quietita afuera esperando, hasta que un ratito más tarde su figura pequeña me abrió la puerta y con un tono más tranquilo me dijo: “Pasá”. Entré a su oficina. Había un escritorio con una computadora y muchas carpetas y archivos por todas partes. Me senté en una de las sillas , casi dudando de que hubiera llegado al lugar correcto, y empecé a decir algo parecido a esto: “Hola, bueno, resulta que soy adoptada y me dijeron que me podías ayudar a encontrar mi origen biológico”. “Trajiste tu partida de nacimiento?” me contestó, “Si” respondí y saqué el documento y se lo mostré. Apenas lo vio sonrió y dijo: “Ahhh, el prolifero doctor Bartucca”. Aparentemente para cuando yo me acerqué a pedir ayuda, ya se habían acercado muchas otras personas a Derechos Humanos con partidas de nacimiento firmadas por el mismo doctor. “Pero no es sólo él, esto es un negocio familiar…la hermana…el hijo, toda la familia está en esto”. Mercedes ya conocía bien donde se movía este médico. De hecho en un momento llegó a ser el jefe de obstetricia del hospital Santojanni. Me imagino que no era difícil conseguir bebes para vender cuando se está en semejante posición de poder, prácticamente cómo dejar a cargo un rebaño de ovejas a un lobo. Esa primera charla con Mercedes fue una charla larga y sincera. Mercedes no se callaba la boca, me lo decía todo en la cara, y eso me resultó genial. Decía cosas en contra del gobierno, en contra de Abuelas de Plaza de Mayo, en contra de todo un sistema de corrupción, inclusive en contra de la gente que se acercaba a buscar su identidad. De las muchas cosas que dijo, esta es la que más me impactó: “Pero la gente viene acá a buscar su identidad biológica y se piensa que encontrando eso va a solucionar todos sus problemas. ¡No! Se piensa que todos los traumas empiezan y terminan acá. Noooo!!!! ¿Sabes lo que es la identidad? ¡La historia de tu vida! Lo que construís cada día! Háganse cargo, viejo!!! Ya son personas grandes!!!!” Yo no me animé ni a decir mu. Más que nada sonreía con fascinación al encontrar una persona como Mercedes. No pretendía ser otra cosa de lo que era. A pesar de que estoy bastante segura de que es una persona muy sensible a las energías que la rodean, consciente de que hay más que lo físico y material en este mundo, me dijo:” Yo no te voy a tirar las cartas, eh? No estoy acá adivinando, yo voy a inves-ti-gar”. Voy a pasar de tratar de explicar la labor de Mercedes, la libertadora de esclavos, y sé que me va a faltar vocabulario. Si me preguntan a mí, debería escribirse un libro sobre ella y su método de investigación. Mercedes es una fuente de conocimiento que el mundo no se puede dar el lujo de perder.
Resulta que en un momento, cuando Mercedes ya estaba trabajando para el Registro Civil Central, cuando un día se acercó un hombre desesperado buscando su familia biológica. Insistió e insistió y finalmente Mercedes se acercó a su jefe y le dijo: “ Alguien tiene que ayudar a este hombre” y fue así que inició esto que eventualmente sería la oficina de Derechos Humanos, donde se busca restituir la identidad biológica de la gente con identidad sustituida. Desde entonces lo que hizo hasta que se jubiló, es lo siguiente: Primero entrevistaba a la persona que se acercaba a su oficina. Preguntaba detalles, porque en el relato que las personas recibieron de quienes le dijeran la verdad de su origen biológico generalmente se escondían detalles que de otra forma no se encontrarían. Como por ejemplo, el bebé al llegar a su nueva casa, tenía todavía el cordón umbilical? O ya se le había caído? O por ejemplo en que zona fueron a buscar a ese bebé? Ese tipo de preguntas que a una se le pasan de largo. Después, con la partida de nacimiento, iba a los archivos del registro civil y empezaba la segunda parte de la investigación: El reconocimiento de la información falsa en la documentación. Es decir, Mercedes aprendió a ver cuándo una partida de nacimiento se ve rara. Por ejemplo, que una niña nació un día, falleció al siguiente y la razón que escribió el médico es muy poco clara. También buscaba sobre todo madres jóvenes y solteras, cuyos bebés nunca más aparecen en ningún otro registro. Y también buscaba antes de la fecha de nacimiento que decía la partida y después, porque dado q la información en los documentos generalmente era falsa, había que buscar alrededor de la fecha que decía. Así llegaba a una cantidad de posibles madres, de las cuales averiguaba si vivían, donde vivían, la dirección actual y si era posible un número de teléfono. Así armaba una lista, con orden de probabilidad y de ahi a una le tocaba, siguiendo esa lista, ir a encontrarse con esas madres. Por supuesto que esto también llevaba preparación. La forma en que una se acerca a esas madres, me explicó, también era muy importante. Primero que nada, no llamar por teléfono! Porque ahi sí que nunca nos recibirían. Segundo, una vez que nos acercamos y nos abren la puerta, en el caso que fuera otra persona que la señora que estábamos buscando, mentir. Nunca jamás decir la razón por la cuál nos acercamos. Esa madre, tal vez nunca le contó a nadie que tuvo una hija. Esa niña pudo haber sido fruto de una violación de la cuál se quiere olvidar, o fruto de un amor que no pudo ser, y ahora que había re hecho su vida talvez nunca había contado que pasó. En vez decir, por ejemplo, que una es la hija de una compañera de la primaria que falleció que le quería dar un mensaje en su última voluntad. Y finalmente, cuando se conoce a la madre, empezar contando que una está en una búsqueda, que una es adoptada y que según lo que se pudo averiguar, esta madre frente nuestro había tenido una hija en tal hospital, tal día, y que si había posibilidades de que esa hija fuese yo. Mientras que todo esto está pasando muy importante es ver el parecido físico. Y si todo sale bien y la madre se siente cómoda, pedir una prueba de ADN. Yo voy a agregar algo más a esta lista. Hay que contar cómo es que llegamos a ellas, de dónde sacamos la dirección y el teléfono, y que cualquier duda que tengan, que se comuniquen a la oficina de Derechos Humanos. Que su identidad e información están protegidas, y que la única razón por la cual la obtuvimos es porque nos fue dada. Y será por mi codependencia, pero para mí también es importante recordar, que esta mujer que estamos visitando sufrió una pérdida hace muchos años, pérdida que le venimos a recordar, así que acercarnos con gentileza, tranquilidad, sinceridad y calidez, es lo más importante, que a esta mujer delante nuestro esta vida ya le fue difícil.Una vez que Mercedez me explicó todo esto, me preguntó: “Tenés alguna pregunta más?” “No, es hora de ir a tocar puertas”, le respondí con una mezcla de miedo y expectativa, sintiéndome chiquita, frágil e invencible a la misma vez.