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Nada personal

Natalie K
Nada personal
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  • Capítulo 19-¿Nunca te acercaste a los contactos de tu adopción? (La importancia de la memoria)
    Acercarme directamente a la fuente de información sobre mi adopción ilegal hubiese sido probablemente lo más lógico y sensato en toda esta búsqueda. Al fin y al cabo yo sabía quienes eran, o al menos quién era la persona que le informó a mi mamá de mi existencia. De hecho, uno de mis mejores amigos en Suecia, argentino, hijo de exiliados de la dictadura militar, me dio la idea, pero yo nunca me animé hasta mayo del 2018. Y voy a pasar a explicar porqué. Mi mamá y mi papá, tal como lo conté antes, se oponían a mi búsqueda. El hecho de que yo fuera a preguntarle a quién era su amiga, si sabía algo más sobre mi adopción los llenaba de terror y vergüenza. “No se te ocurra molestarla!” me decían. Yo, la verdad, sentía lo mismo. Aunque suene ridículo, aunque yo tuviera derecho a mi historia, el hecho de tener que ir a tocarle la puerta a alguien y preguntar que sabían sobre mi historia, me aterraba. Sobre todo porque todos, absolutamente todos, a partir del 2003 asumíamos que yo era hija de desaparecidos. Eso quería decir que mi búsqueda implicaría que esta persona de alguna forma estaba involucrada en un crimen de lesahumanidad. Y ya sé, un crimen es un crimen y los culpables son culpables y punto, pero para mí no era tan fácil. Será mi síndrome de Estocolmo constante, mi codependencia, mi negación, mi miedo al rechazo, a que la gente se enoje conmigo, mi miedo al conflicto, mi vergüenza, mi mala autoestima o una combinación de todo eso, que no podía encontrar la fuerza dentro mío de tomar el paso y hacerlo. Hasta que el resultado de ADN de Abuelas de Plaza de Mayo dio negativo, y ese camino se cerró. Si yo soy hija de desaparecidos, nunca lo vamos a poder comprobar. Después de que Simon y mi pareja de ese momento me convencieron de seguir la búsqueda a pesar de que había sido negativo el resultado de Abuelas, la búsqueda tenía que tomar un nuevo camino. Por un lado era acercarse a la oficina de Derechos Humanos y Mercedes Yañez, y por otro lado era ir a la fuente, a los testigos que realmente sabían qué había pasado ese agosto del 1977, cuando mi familia me fue a buscar a lo de el doctor Bartucca. Me tomó mucho, pero mucho coraje primero contactar a la hija de la señora que por una cuestión de anonimidad la voy a llamar Marta. La hija de Marta había sido compañera de colegio de mi hermano, y siempre que me la encontré había sido tan amable conmigo. Le escribí preguntando si le parecía bien que la contactase a su mamá y le preguntase sobre mi adopción. Me dijo que sí y me pasó el contacto de su mamá. Así que ese mayo del 2018, en uno de los viajes que hicimos para continuar mi búsqueda, junté todo el coraje que tenía y fui a visitar a Marta y a su marido en su departamento en Palermo, Buenos Aires. Yo estaba aterrada, sin saber qué era lo que me esperaría. Después de tanto tiempo, tanta expectativa, de haber vivido con una narrativa de cómo todo fue al comienzo de mi vida, que verdad surgiría?Me recibieron por supuesto con toda la calidez y amabilidad del mundo. Hacía tanto que no me veían! Al fin y al cabo, esta pareja siempre me tuvo en mente. Nuestros destinos se cruzaron de la forma más extraña, generando un lazo innegable. Primero hablamos de cómo llevo la vida en Suecia, de cómo me manejo con el frío y la oscuridad, si sobrevivo haciendo música, si me casé y tengo hijos…bueno, lo usual. Sentí realmente que me habían estado esperando. Después de un rato de tomar el café y comer sándwiches de miga, esos que tanto me gustan, y tanto extraño desde que me mudé a Estocolmo, Marta le dijo al esposo que íbamos a ir al living ella y yo a hablar. Él no estaba incluido en la conversación. “Interesante” pensé, porque todos esos años anteriores, yo estaba segura de que era el esposo, quién vi vestido de uniforme en la boda de su hija, ese hecho que inició todo esto, quién era el protagonista principal de esta historia. Pero aparentemente, no era así. Al menos no era el protagonista de la historia que Marta durante tantos años protegió en su memoria, esperando que algún día yo fuese a tocarle la puerta. Ella, más que nadie, muchísimo más que mi propia familia, me dejó en claro lo importante de la verdad y la memoria. Será por eso que la guardó con tanto cuidado?Esta es la historia que me contó ese día que la fui a visitar:En agosto del 1977, el hermano de Marta quién en ese entonces era transportista de camiones, se encontraba manejando su ruta que iba de Buenos Aires a Ushuaia (un tramo de poco más de 3000 kilómetros) cuando recibe la noticia de que su esposa embarazada de seis meses se encuentra internada en el hospital. El hermano de Marta, a quién elijo llamar Ralf para preservar su anonimato, se toma el primer vuelo a Buenos Aires para estar junto a su esposa, a quién le hacen cesárea de urgencia. Pero lamentablemente el bebé no sobrevive. Resulta que ella había tenido dolores intensos durante tres días, debido a un intestino perforado, lo cuál los médicos no detectaron. El bebé en ese tiempo llegó a intoxicarse y no lo sobrevivió. La familia, como era de esperarse quedó destrozada, y en eso, la tía de Marta, quién era la cuñada de su mamá y madrina de Ralf, se comunica con él, diciendo que hay una beba en adopción, y dado que él recién había perdido una, si no quería ir a buscarla. Ralf, quién recién había perdido a su hija y cuya mujer ahora se encontraba en terapia intensiva, con un intestino gangrenado y luchando por su vida; como cualquier persona normal, reacciona espantado y de forma negativa a tal propuesta. Marta a su vez, tratando de ayudar a su hermano y cuñada, quién conocía a mi mamá y a mi papá no sólo del kindergarten donde iba mi hermano y su hija, sino también porque su hermano Ralf jugaba al handball en el mismo club alemán con mi papá y mi tío, fue a la casa de ellos a pedirles si alguno podría donar sangre a su cuñada que se encontraba en terapia intensiva. Ahí le cuenta toda la historia a mi mamá, inclusive la parte de la tía Anita que propuso ir a adoptar a esa nena ya que la otra había muerto, y la reacción de su hermano Ralf. El mismo día o al día siguiente, Marta recibe un llamado de mi mamá quien muestra interés por esa nena que está siendo dada en adopción, o sea yo.Mi mamá le cuenta que estaba ya anotada en la cola de adopción esperando a que le den una nena, y que ya habían pasado 3 años y todavía nada, así que le pidió el contacto del médico que tenía esta beba que estaba esperando ser adoptada. Marta le da el número de teléfono y no piensa más en el asunto, hasta que el día siguiente pasa por la casa de mis padres y para su gran sorpresa, me encuentra a mí, bien envuelta como un paquete. Ahí le cuenta mi mamá, que me habían ido a buscar la noche anterior, con mi papá y mi hermano. Aparentemente hablaron por la noche con el médico y a eso de la medianoche fueron en auto a buscarme a la dirección del médico, que era una clínica privada. Volvieron lo más rápido posible a casa, sabiendo que estaban haciendo algo ilegal, y conscientes de que habían violado el toque de queda del momento. Mi mamá cuenta estar muerta de miedo de que alguien los siguiese y les quitaran a la beba. Al día siguiente me llevó al pediatra, y aparte me tenía que ir a comprar ropa. Todo había pasado tan rápido que no estaban preparados para mi llegada. Marta no sabía nada más que eso. Me había esperado durante 41 años para contarme todo lo que se acordaba. Inclusive me preguntó varias veces si mi mamá y papá no me habían contado cómo fue todo, y cuando le respondí que ninguno me quería contar nada, se espantó, horrorizada de tanta crueldad. “ Y cómo vas a cerrar esa herida si no sabes tu verdad?” , exclamó con dolor. Marta entendió todo. Guardó un pedacito de mi historia y me esperó, consciente o inconscientemente sabiendo que algún día yo le preguntaría y ella podría cumplir con su parte, la de pasar la información a su destinatario. Que la verdad no desaparezca, que yo pudiera sanar.Algo que era tan claro para ella, pero que mi familia me negó todo el tiempo. Una pregunta que surge de vez en cuando, cuando con la mejor intención, gente que creció sabiendo su origen biológico me cuestiona: ¿Porque necesito saber? ¿Si ya soy quién soy? Qué importa lo que pasó en el momento de mi nacimiento? ¿Qué importa las razones por las cuales mi familia biológica no me pudo criar? ¿Qué tiene que ver conmigo las razones por las cuales mi madre biológica me entregó a extraños? Lo importante es el aquí y ahora, el amor que me rodea, la vida que creé. Voy a tratar de explicarlo, a ver si puedo ponerle un poco más de claridad al asunto.Seguramente alguna vez en la vida, han estado enamorados. Sintieron el corazón abierto, ensanchado, frágil, vulnerable y entregado. Y era imposible no amar. Esa persona se convirtió en el centro del universo. Así cómo sucede en las canciones de amor. Sintieron un hogar en esa persona, se sintieron a salvo, vistos, cómo si esa persona confirmase nuestra existencia.Pero un día, de la nada, en medio de esa vulnerabilidad, la persona que tiene nuestro corazoncito en sus manos, de repente, nos rechaza. Dice, o actúa de una forma en la que demuestra que ese amor no es recíproco. Nos deja. Se va, desaparece, sin realmente explicar nada.Es entonces, que muy posiblemente, nuestra mente, tratando de entender que fue lo que pasó, para prevenir que vuelva a pasar otra vez, que se nos vuelva a abandonar o rechazar, para evitar la sensación de engaño, o la falta de control e impotencia, tal vez inclusive la vergüenza de haberse creído amada, empieza a crear teorías o historias sobre lo que sucedió o la razón por la cuál sucedió. Algo que explique el comportamiento del otro, algo que prediga ese comportamiento en otro en el futuro.Ahora traduzcamos esa historia de enamoramiento que tanto nos lastimó a un hecho tan fuerte como es el que aquellos que supuestamente deberían de habernos cuidado y protegido y amado más que nadie en el mundo, en vez nos entregaron a extraños. Y nunca sabemos porqué, ni que fue lo que realmente pasó.La mente empieza a crear una narrativa con la información que tiene para entender. Una narrativa que al mismo tiempo se convierte en nuestra identidad. “Esto me sucedió a mí, porque yo soy de esta forma. Me abandonaron, me vendieron, me maltrataron, porque no tengo valor". O sea: "Yo no tengo valor, por eso se me abandona, se me maltrata”. La realidad deja de existir fuera de nosotros y es sólamente una historia que nos contamos internamente, que recreamos. Una realidad que nos confirma lo que creemos, que nos lastima, que nos abandona. Y en esa realidad, en esa burbuja en la que vivimos, hacemos lo que podemos, sin poder liberarnos de ese primer mensaje. Nos defendemos de ese dolor, de una herida que sangra constantemente y así desarrollamos variados e inteligentes mecanismos de supervivencia. Abandonar antes que nos abandonen, no dejar que nadie se nos acerque demasiado, para que nadie vea esa verdad de la que estamos huyendo, encontrar gente que nos ame un poquito, pero que no nos de la seguridad que necesitamos para poder realmente relajarnos y confiar, porque ya aprendimos que relajarse, es ser vulnerable y eso, no se va a volver a repetir.El hecho de que se nos entregó por razones ajenas a nosotros, no tiene lugar en ningún rincón de esta narrativa. La mente nos dice: “¿Cómo es posible entregar a tu propia hija? ¿Cómo es posible maltratar a una niña? Algo malo tuvo que haber hecho. Esa niña tiene que ser producto de algo horrible, tan horrible que la madre la entrega y nunca más quiere saber de ella, tanto, que la quiere olvidar”.Pero la verdad de la realidad, es mucho más profunda y compleja que eso. Y es por eso que es tan necesaria. Es verdad que en la mayoría de los casos, las madres no podían quedarse con sus hijos y por eso los entregaron, pero en esas historias únicas, hay mucho más que tiene que ver con el contexto, con la realidad en la que vivían, con injusticias sociales, inclusive con la situación política del momento. Lo que buscamos, cuando buscamos el relato tan complejo de cómo todo sucedió, es redención. Es entender por qué. Es comprender, que esto no fue personal, aunque nos haya pasado a nosotros, aunque afectó totalmente el curso de nuestras vidas, no se trataba de nada que hubiésemos hecho. Esto no fue nuestra culpa. No lo causamos, no lo controlamos, ni lo pudimos cambiar. Triste como todo fue, la época que nos tocó vivir, la realidad y el contexto en el que llegamos al mundo, nada de eso se trataba de nosotros. Buscamos entender, y liberarnos finalmente de un peso que no nos corresponde. Y después si, llorar, o gritar o de alguna forma canalizar ese dolor, porque lo que dolió, dolió. Esa niñita, ese niñito, cómo todos los niños del mundo, sólo quería ser amado y no podía entender que hizo para merecerse ese trato. Una vez liberados, podemos empezar realmente a sanar, dejar ir, inclusive perdonar, pero todo a su debido tiempo. Así que, gracias Marta por tu valentía, por tu humanidad, por tu paciencia y tu cuidado hacia mi alma. Gracias por al menos preservar un pedacito de mi historia. Siempre digo que los héroes más lindos, son aquellos que lo son sin saberlo. Marta, vos uno de ellos.
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    21:14
  • Capítulo 18-¿Cómo le cayó todo esto a tu pareja?
    Las relaciones amorosas son un reflejo del modelo de apego con el que nos relacionamos. Y cómo comenté antes, este modelo se basa en la forma en la que nuestros padres, o aquellos que nos criaron nos mostraron o enseñaron a relacionarnos con ellos. Por eso, antes que nada, es importante poner en contexto mi relato. También importante es recordar que esta es mi experiencia y no la verdad absoluta. Y a pesar de que he compartido historias con otras personas adoptadas, encontrando muchos puntos en común en su relato con el mío, reitero, este es sólo el mío. Mi relato, mi historia.. Este me resulta un tema sensible y se me hace difícil saber por dónde empezar. Tal vez puedo comenzar por la misma pregunta: ¿Cómo le cayó todo esto a mi pareja? Esta pregunta, generalmente me la hacen las parejas de gente adoptada. Preocupados por saber de qué forma podrían ayudar, o de qué forma podrían contribuir a que la persona que aman sane una herida tan profunda, muestran enorme interés por saber cómo lo manejó la mía en su momento.¿Pudo acaso soportar mi doloroso proceso de búsqueda? ¿Estuvo ahí para apoyarme en todo? ¿Y qué pasó con el amor y el romance en medio de una tarea tan profunda de sanación? Voy a hacer el intento de ser lo más justa y parcial posible, por respeto a todo el apoyo y amor que recibí en su momento que sinceramente, no fue poco. Quién fue mi pareja de muchos años, y quién me acompañó en la mayor parte de esta búsqueda es a quién en capítulos anteriores he llamado Juan. La relación se terminó a principios del 2019 de forma muy abrupta y traumática, pero durante los primeros 10 años de esos 13 que estuvimos juntos, fue la relación más linda y saludable que tuve en mi vida. Juan fue quién insistió desde un principio que tenía que buscar mis raíces. Él veía ese vacío dentro mío y tal vez porque inconscientemente pensaba, tal como lo hacen muchas parejas de gente adoptada, que de yo encontrar mi origen biológico, mis heridas sanarían y yo le podría dar todo el amor que él estaba necesitando, me apoyaba para que yo tomase los pasos necesarios en mi búsqueda. Él fue quién siempre dijo que no importaba si yo era hija de desaparecidos o no, que había ocurrido una tragedia al comienzo de mi vida independientemente de quiénes fueran mis progenitores. Cosa que a mi me tomó mucho tiempo entender, dado que en mi imaginario, mi mamá me entregó y se deshizo de mi porque era yo una inconveniencia en su vida, pero de haber sido hija de desaparecidos, el mensaje que la realidad me transmitía era exactamente el contrario.Para Juan era claro que una madre en la mayoría de los casos, no quiere dejar ir a su bebé, que tienen que ser circunstancias muy complicadas para que eso suceda.Él realmente se involucró en la búsqueda, viajó conmigo a Argentina, me acompañó a la embajada argentina en Estocolmo a dejar el ADN, estuvo a mi lado cuando recibí el resultado. Aprendió a acariciarme la cabeza cuando tenía ataques de pánico y compró una máquina de hacer smoothies cuando por la ansiedad que me generó la búsqueda, dejé de poder tragar comida sólida y sólo podía ingerir líquidos. Juan era mi mejor amigo. Era de esas parejas que ayudan en todo lo que pueden. Desde la logística de comprar los pasajes a Argentina, hasta aguantarse los comentarios dañinos de mi familia y defenderme cuando veía que yo ya ni reaccionaba. En lo que va del documental él, Simon y yo éramos un equipo. Cada uno tenía su rol. Entre los tres íbamos avanzando lento pero seguro. Pero cómo todo en la vida, las cosas tienen que tomar el curso que tienen que tomar y la ruptura de esta relación fue inevitable.Tal vez porque me conoció a los 20 y era hora de buscar otros horizontes, o tal vez porque la búsqueda era como una nube negra que lo teñía todo y terminó consumiendo el amor que tenía por mi. Me acuerdo que en octubre del 2015, después de que me habían llamado de la embajada argentina en Suecia para que dejase el ADN, noté que su amor por mi fue desapareciendo lentamente. Yo me desesperaba, pero lo entendía. Dentro mío una voz me decía: “¿Y quién querría estar con alguien como yo? ¿Con este bagage, con tanto trauma, con este constante cansancio?”. Por supuesto que yo intentaba compensar a su vez yendo a todas las terapias posibles, para delegar la necesidad de apoyo y consuelo en mis grupos de autoayuda, y que no todo recayese en él. Trataba de tener una actitud positiva, de darle espacio a él para que mi búsqueda no tomase todo el espacio en nuestra relación, y más que nada, nunca realmente contarle todo lo que me estaba pasando por dentro para no abrumarlo. Mi prioridad número uno, era protegerlo lo más que pudiese de lo que me estaba pasando por dentro, para que él no se cansase y me dejase. Si, ya sé, suena muy tóxico y autodestructivo, pero no olviden lo que ya conté. La codependencia de los adoptados hacia nuestras parejas es yo diría nuestra marca registrada. Las separaciones no son lo nuestro. Y que nos dejen aún menos. Muchas veces, el comentario que recibía de las personas que sabían de mi búsqueda podía ser algo así como: “Que suerte que tenés a Juan!” Lo cuál hacía que yo me desesperase aún más. Ese “que suerte que tenés” me indicaba que yo no lo merecía. Que las horas de esta relación estaban contadas. Casi como un: “Que suerte que te soporta! Yo no lo haría!”. Como si Juan me estuviera haciendo un favor, o un servicio al quedarse a mi lado.Yo siempre le dije que la búsqueda también le pesaba a él, que debía buscar ayuda, ir a terapia, tener algún lugar donde hablar y buscar apoyo. Lo hizo durante un tiempo, pero nada tan serio, ni profundo. ¿Y cómo no le pesaría mi búsqueda? Ver mi dolor y ansiedad? Es importante recordar que somos seres humanos, que es normal sentir el uno con el otro, y que no tiene siquiera que tratarse de un gran amor para sentir empatía. Aunque en este caso sí lo fue, un gran, gran amor. Esto si que lo puedo decir con certeza: A quién nos acompaña en la búsqueda, también le está sucediendo esa búsqueda. Aunque estén de copilotos, van transitándolo a nuestro lado. Mirando para atrás, lo que más me dolió de cómo terminó todo no fue tanto el hecho de que él y una de mis mejores amigas y confidentes terminaran juntos y de que pasasen 6 meses antes de que alguno de lo dos me lo dijera, a pesar de que yo ya había terminado la relación. Sino que consciente o inconscientemente entre los dos trataron de culparme y convencerme de que el hecho de que no me lo dijeran era porque no pensaban que lo pudiera manejar. Que yo y mi búsqueda, y mis dolores, y mi pasado eran la razón por la cúal eligieron no decirme nada hasta mucho más tarde. Según su punto de vista, yo estaba enferma y ellos me hicieron el favor de mentirme. Y tal vez esto no hubiese sido tan destructivo, si no hubiese sido por el hecho de que yo les creí. Yo era el problema, yo era la que cargaba a la gente. Una verdad que realmente resonaba conmigo desde el comienzo de mi vida. Los fantasmas que me dejó mi historia estaban siendo confirmados por las dos personas que más me conocían. Mis miedos más profundos se presentaron de forma perfecta ante mi. O sea, se juntaron el hambre y las ganas de comer, la tormenta perfecta. Es imposible separar los patrones relacionales de nuestra infancia, de cómo nos relacionamos ya siendo adultos. Con esa misma identidad, esa que me dice que soy una carga para otros, de la cual me estoy tratando de alejar desde hace tanto tiempo, entré a mi próxima relación.Y por supuesto el resultado fue muy parecido. Con él traté de esconderlo todo, y siempre se quejaba de que no le compartía nada. Pero apenas le compartía algo le parecía tan abrumante todo que se desesperaba. Después usaba lo que le había dicho en mi contra para culparme de los problemas que teníamos. Y yo le creía, porque estaba nuevamente confirmándome una verdad mía que ya habitaba en mí desde hacía tanto tiempo. Las relaciones amorosas son el reflejo de la imagen que proyecta nuestro espejo interior. Nos vemos a nosotros mismos con los ojos de nuestro niño interior, que se cuenta una historia todos los días sobre que es lo que merece recibir. Se suele decir que el amor verdadero nace de dejarse ver tal cuál uno es y ser aceptada en las fortalezas y debilidades. Tener el coraje de mostrarse vulnerable al otro y dejar ver los defectos y virtudes. Que el amor verdadero viene de amarse a una misma primero. Que una tiene que estar entera, y después dejar entrar al otro. Que hay que estar sana, haber integrado cada parte y perdonado cada oscuridad, para poder amar y dejarse amar. Lo cual tiene sentido. ¿Seré entonces un caso perdido? Y las relaciones amorosas no son lo mío? Volviendo entonces a la pregunta original: “¿Cómo afectó esto a mi relación? Tal vez la pregunta más acertada es, de que forma esto me afectó a mi. En la vida muchas veces transité por lugares de dolor y pérdida. Después de la pérdida de mi relación con Juan en particular, por la culpa que me quedó, decidí callarme, aislarme y no contar mucho con nadie. No esperar de mi pareja eso de lo que todos hablan que hay que esperar de una pareja. Aprendí a huir y no estar presente emocionalmente, en lo posible, nunca más confiar o tener que depender de alguien. Tal como lo diría mi psicóloga, gracias a cómo terminó esta relación, se terminó de confirmar lo que yo siempre creí de mi misma, que soy una molestia.Si desde chica aprendí a proteger a mi familia de mi dolor, porque nunca lo pudieron manejar, porque los adultos que me rodeaban tenían la madurez de pequeños infantes, si entendí desde hace tanto tiempo que la mejor forma de evitar que me dejen es vivir una doble vida, donde en las relaciones cercanas lo único que muestro es un dolor organizado y manejable, minimizando el desastre, si se confirmó tantas veces que cuando quemen las papas, voy a estar solita con un matafuegos, mi mejor solución fue la soledad y el silencio, también conocidos como disociación. Como ya dije antes, mi historia es sólo mía, y porque esta sea la forma en la que me he relacionado con mis parejas, no quiere decir que todos los adoptados nos relacionamos de esa manera. O que esta sea la forma en que me relacione para siempre. Todo cambia, inclusive mi trauma. Cada tanto, me encuentro explicándole a amigos y amigas que están en pareja con una persona adoptada, que es ese vacío y dolor que ven en sus ojos. Porque a veces nos mostramos tan necesitados de cumplidos, somos extremadamente leales, no dejamos ir, nos sentimos eternamente solas y solos, y nos cuesta horrores poner límites. O tal vez, porque huimos de las relaciones, no podemos comprometernos y evitamos a la gente y a la verdadera intimidad. Un día inclusive me encontré a mi misma diciéndole a un amigo cuyo corazón fue roto por su entonces novia adoptada, y que en esa ruptura se comportó de forma muy extraña, algo como “¿No te digo? A los adoptados hay que evitarnos!” ¿Estamos irremediablemente heridos, y por lo tanto deberíamos ser evitados?Este tipo de pensamiento puede ser una gran trampa: creer que a menos que estemos perfectamente sanados, no somos dignos de amor. El amor no siempre espera la perfección. Florece en la imperfección, en las partes desordenadas de nosotros que aún están sanando. Tal vez una esté luchando con la idea de que se es "demasiado" o "no suficiente", pero eso no significa que no merezcamos amor. Todos merecemos amor, incluso mientras estamos en el proceso de sanación. Asi que no. No hay que evitarnos. Pero por ahi es bueno tratar de entender, que ciertas cosas nos cuestan más que a otros. Y que llevar una herida tan grande, como cualquier otra herida humana, demanda un poco de paciencia. Y sobre todo, que la terapia ayuda. Ese vacío, nadie lo puede curar, más que nosotros mismos. No nos pueden salvar, pero sí nos pueden abrazar y estar a nuestro lado, aunque nunca entiendan que es lo que realmente nos está pasando. Y claro está, el trauma de la adopción no es una excusa para justificar ningún tipo de maltrato, sino una explicación para que entiendan de donde vienen las cosas. Yo por mi parte seguiré intentando encontrar un camino nuevo y dejar de avergonzarme por mis heridas y debilidades. Conocerme, reconocerme, estudiarme y aceptarme.Me niego a rendirme ante el mensaje interno que me trata de convencer que no nací para ser amada. Que eso existe para otra gente. Un día por vez, un mensaje mucho más hermoso va a ir ganando terreno en mi.Y al fin y al cabo, lo que no me mata me fortalece…..aunque me cueste interminables horas de terapia.
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    20:46
  • Capítulo 17-El trauma de la adopción puede mejorar o empeorar dependiendo de la familia que adopte?
    La familia que nos adopta es nuestro mundo. En ese mundo vivimos, respiramos, crecemos. Son nuestra referencia, nuestro punto de partida, nuestro hogar. No hay forma de que lo que haga nuestra familia adoptiva no nos influya. Por supuesto que hay que tener en cuenta que todas las familias son diferentes, todas las personas adoptadas son diferentes, todas las situaciones en la que se dió la adopción son diferentes y todas las formas de relacionarse son diferentes. Es difícil generalizar y simplemente decir que si las cosas se hubiesen dado de una forma o de otra, el trauma automáticamente hubiese disminuído. pero lo que descubrí en mi caso, y por lo que otros me contaron, la forma en la que a una la trata la familia que a una la adoptó va a reforzar o sanar el trauma de que: “A mi me abandonaron porque hay algo defectuoso inherente en mí” también conocido como esa voz interna que como disco rallado dice: “Obviamente nací para ser abandonada y rechazada. Ese es mi destino, esa es quién soy”. Esas voces internalizadas, esas creencias vinieron de algún lugar. No es algo que a los niños simplemente se les ocurre creer. No es algo que eligen. En el 2020, plena pandemia, me encontraba yo luchando contra mis demonios: Mi codependencia, mi inhabilidad de poner límites, mi inhabilidad de cortar con la relación tóxica en la que me encontraba que tan claramente me hacía mal, y mi apego obsesivo hacia una persona con quién realmente no debería estar. A pesar de todos los años de terapia, todos los libros leídos y todas las reuniones de doce pasos, había algo que yo todavía no había entendido. Cómo podía ser que a pesar de todo el conocimiento, de toda esa claridad mental todavía seguía repitiendo los mismos patrones relacionales? ¿Podía realmente ser que el comienzo de mi vida me había marcado mucho más de lo que yo había entendido? En el 2021, decidí averiguarlo de una vez por todas cuando descubrí que en Suecia se ofrecían sesiones de terapia online gratis para gente adoptada. Y esto sucedía muy probablemente como consecuencia de los datos que salieron a la luz sobre el robo sistemático de bebés en Chile en la década de los '70 y los '80 y la venta de los mismos a países del primer mundo. Países como por ejemplo Suecia, a dónde se estima llegaron alrededor de 2200. La terapeuta que me atendió me preguntó si ya había ido a terapia y de qué forma necesitaba ayuda. Yo fui directo al grano, le dije que iba a terapia desde los 17 años, pero sentía que necesitaba información sobre cómo me afectó la adopción y sobre todo, si este trauma se podría haber curado o al menos se hubiese aminorado con la familia que me adoptó. Me pidió que le describiese un poco cómo fue crecer con mi familia, y no le tomó mucho tiempo confirmarme, que más allá de mi adopción, mis padres adoptivos y la forma en la que se manejaron con el hecho de que mi hermano y yo no éramos sus hijos biológicos, hicieron que el trauma inicial a no pertenecer a su mismo clan genético se potenciase muchísimo más. Antes de contar la siguiente historia, voy a hacer un paréntesis. Tener hijos no es fácil. Lo he visto en mis amiguos y amigas. Es el amor más grande y la demanda más grande. Es la relación más hermosa y más molesta. Más energizante y drenante. Y por lo que puedo observar, la fragilidad más grande que se puede experimentar. Como dijo mi amigo el otro día: “Es como si tu corazón de repente estuviese fuera de tu cuerpo”. Por eso siempre miré a la gente que decide tener hijos con mucha admiración. Volviendo al tema entonces voy a tomar de referente a mi propia mamá, que es lo que tengo. Cuando murió en el 2013, yo sentí que moría una parte de m'i. Estuve junto a su lado hasta que tomó su último aliento. Ella que tanto miedo le tenía a todo, no debería estar sola en un momento de tanta incertidumbre. Después de su muerte mucha gente se me acercó diciéndome cuánto nos amaba, a mí y a mi hermano. “Se desvivía por ustedes” me dijeron. Yo sonreía y afirmaba: “Si, mi mamá nos dio todo”. Y por dentro pensaba, cómo es que nadie nunca vió lo que pasaba en casa? Durante muchísimos años pensé que yo estaba loca y que me lo había imaginado todo. O que en realidad el problema siempre fue que soy muy sensible y que todo me afecta. Que su comportamiento era normal, de madre estresada por ser madre. Que mi hermano y yo éramos insufribles, por eso siempre estaba irritada con nosotros. Que si hubiésemos sido mejores hijos, ella se hubiese sentido mejor. O al menos si yo hubiese sido mejor hija. Si no le demandaba nada, si me portaba bien, si no hacía barullo, si la entendía y escuchaba, si no reaccionaba al abuso, a la falta de límites con mi cuerpo, si no reaccionaba a sus comentarios dañinos, a sus golpes. Si yo simplemente dejase de existir, tal vez entonces ella se sentiría más tranquila y no le pesaría tanto ser madre. A terapia empecé a ir a los 17 años. Yo pedí de ir a terapia porque sentía una gran pesadez en el alma, algo que muchísimos años más tarde diagnosticaron como síndrome de estrés post traumático complejo. Para los que no saben, este se diferencia del síndrome de estrés post traumático, ya que es una afección que puede desarrollarse después de que una persona experimenta acontecimientos traumáticos prolongados y repetidos, como por ejemplo abuso sexual, emocional y psicológico prolongado, con la negligencia agravada durante la infancia, víctimas de secuestro, situaciones de acoso constante, esclavitud, explotación laboral, prisioneros de guerra, supervivientes de campos de concentración, desertores de cultos u organizaciones en forma de cultos; entre otras cosas. En cambio el síndrome post traumático se desarrolla tras experimentar o ver algún evento traumático. O sea, es la repetición de esos acontecimientos lo que lo hace complejo y el que desarrolle en las personas una serie de mecanismos de sobrevivencia que se diferencian del no complejo.Mecanismos de sobrevivencia como por ejemplo:Dificultades para regular las emociones, ideación suicida, furia explosiva o extremadamente inhibida; amnesia selectiva, disociación, sentimientos crónicos de impotencia, vergüenza, culpa o estigma; aceptar la forma de pensar, los valores y la forma de racionalizar del agresor; aislamiento, desconfianza crónica, enfado y hostilidad hacia los demás; búsqueda repetida de un salvador, falta de relaciones íntimas e incapacidad para autoprotegerse; falta de fe o sentimientos de desamparo, impotencia, desesperanza y desesperación; y pérdida del sentimiento de realidad acompañado por sentimientos de terror y confusión. En esas sesiones de terapia especializadas en el tema de la adopción, la terapeuta también me mencionó algo de lo que ya había escuchado hablar varias veces, pero nunca me había animado a adentrar, por miedo a lo que iba a encontrar. La teoría del apego.Esta teoría describe la dinámica de largo plazo de las relaciones entre los seres humanos. Esta teoría propone también que los niños se apegan instintivamente a quien cuida de ellos,​ con el fin de sobrevivir, incluyendo el desarrollo físico, social y emocional.​ La meta biológica es la supervivencia, y la meta psicológica es la seguridad. Dependiendo de cómo los cuidadores se relacionen con los niños, estos desarrollarán distintos patrones de apego como por ejemplo el apego seguro, apego inseguro-evitativo, apego inseguro-ambivalente y también el apego desorganizado. Este patrón será el molde relacional del cual la persona luego se basará para relacionarse en la vida. En el caso de las personas con síndrome de estrés post traumático complejo, en general, se puede observar el desarrollo del patrón de apego inseguro o desorganizado.Ese patrón se caracteriza por, por ejemplo, el deseo y necesidad de conexión y de intimidad, pero al mismo tiempo la incapacidad de poder recibir afecto, y la constante desconfianza.La terapeuta me recomendó leer varios libros sobre la teoría del apego y lo hice. Porque el primer paso a la sanación es entender cuál es el problema, dónde está la herida. Concientizarse del camino recorrido y las secuelas que dejó para entender que parte de una hay que abrazar, que pedacito hay que integrar, y que vergüenza hay que romper. Acá viene una de esas verguenzas.En el colegio secundario alemán a donde fui, en ese contexto racista normalizado post segunda guerra mundial del cuál ya hablé y en el que más que claro está, seguía rigiendo la ideología del colonialismo europeo que tanto marcó a todo el mundo, sin ninguna impunidad, pasó lo siguiente. Cuando tenía 14 años los alumnos de los años superiores a mí, me empezaron a llamar “Berta” por el color de mi piel. Este nombre, al menos entonces, era un nombre con el que se referían a las empleadas domésticas. La idea era dejar bien en claro que yo era inferior. Que no pertenecía ahí. Que lo veían, que no me podía escapar. Que yo valía menos que todos los otros. Cada día era una tortura. Por las noches lloraba deseando no tener que despertarme al otro día, y durante los días hacía de cuenta que nada de esto pasaba, me desasociaba de la realidad y sonreía como si nada. Porque nunca podría quejarme, ni protestar, porque dado que desde casa y desde muy chica, ya me habían dejado en claro, que mis genes eran defectuosos, que venían de gente pobre o gente de la villa, que según sus creencias racistas, era gente de menor valor, el desprecio de los otros alumnos era justificado. Y yo les creía. Esa verdad, como ya conté antes, ya estaba internalizada. Mi alma lloraba por dentro y por fuera cargaba con las creencias racistas de los que me rodeaban, de ser un ser humano de menor valor. Pero no fue hasta el 2008, cuando entré al programa de doce pasos para niños adultos de familias disfuncionales que empecé a entender el daño que me habían causado. De a poco fui rompiendo la negación de que mi familia era amorosa, y fui aceptando que mi familia estaba rota desde el comienzo. De a poco fui creyendo mi verdad, y recuperándome de la depresión que sufrí en el 2009, cuando ya no pude más y lo único que quería era morir. Esta discriminación que yo sufrí de hecho es muy común. No hace falta llegar al extremo de crecer en la sociedad alemana-argentina de post guerra para que estas historias se repitan. El mundo está como está. De a poquito, algún día, irá cambiando. Lo que tiene de particular mi historia, es el hecho de que crecí afuera de mi tribu biológica. De mis colores, de mi fisionomía. De que la familia que me crió, sobre todo mi mamá no podía manejar el hecho que no me pareciese a ella. Quién sabe, talvez si me hubiese parecido a ella, hubiese encontrado otras razones para agredirme. Nunca lo sabremos. Ella me podía decir cosas como: ”Vos podes creer, yo tenía un nene de tres años y encima una recién nacida.” A veces se olvidaba que yo no era su amiga, que era su hija, y que en este caso estaba hablando de mí. Esa vez en particular mi respuesta fue: ”Y quién te obligó a adoptar una más? Vos sola te complicaste la vida! No hubieses adoptado”. Yo ya tenía treinta y pico cuando pasó esto. Y no fue la última vez. Otra vez que recuerdo fue cuando hablando por teléfono me confesó todo lo que hubiese hecho de su vida si no hubiese tenido hijos, y también para rematar las innumerables veces que me dijo: ”No te quedes embarazada, no te cagues la vida”.Por eso cuando la gente después de su muerte me comentaba del amor que tenía por nosotros, yo sólo sonreía y asentía. Si, nos amó. Seguro hizo lo que pudo. Así como todos hacemos lo que podemos siempre. Pero para responder la pregunta inicial, si. La forma en que te trate la familia que te adopta va a ser crucial en el proceso de sanación. En mi caso particular, creo que mi mamá estuvo decepcionada conmigo desde el día que me fue a buscar al médico, porque me lo recordó toda su vida: “El médico nos dijo que había una bebe hermosa y rubia para buscar, y cuando fuimos eras vos, eras tan fea. Bordó eras, y sin pelos siquiera”. Lo cuál fue confirmado por mi tía que me contó la historia de que unos días después de comprarme, mi mamá fue mostrarme a lo de la vecina preguntando: “No es muy negrita?”. El aprender a amarse es esencial para curar las heridas. Todo el mundo lo dice, todos me recuerdan que soy yo la única que lo puede hacer, que yo me puedo liberar del trauma de mi adopción y de mi familia adoptiva. Yo estoy de acuerdo. El amor tiene que venir desde adentro, para no, por ejemplo, repetir los patrones de la infancia en las relaciones actuales. La llave, por suerte, sigue estando en mis manos. Pero me toca trabajar duro y parejo. Las experiencias durante la primera infancia tienen un papel esencial en la arquitectura cerebral. El estar expuesta a situaciones de violencia o de adversidad durante los primeros años de mi vida influyó en la estructura de las conexiones neuronales de mi cerebro. Mi cerebro de niña que tanto quería que la amen y le digan lo linda que era con sus colorcitos y orgullosos anunciasen: “Esta es mi hija”. Nota para aquellos que quieran adoptar: Los niños sienten la verdad que ustedes creen sobre su origen. Sobre su valor, sobre la circunstancia de su adopción. Lo que ustedes crean de ellos, ellos creerán de sí mismos. Lo que ustedes les digan, ellos se dirán a sí mismos. Cómo las plantitas. Si las riegan y les dicen cosas lindas, crecen sanas y fuertes. Nota para los adoptados: La identidad es propiedad propia. Nos lo debemos a nosotros mismos aceptarnos e integrar todas las partes de nuestra identidad. No importa la historia que nos cuenten, ni las creencias que proyectan en nuestro ser. Somos, al igual que el resto del mundo seres dignos de amor, infinitos y únicos. Y por lo que va de mí, a veces me doy el lujo de la fantasía de pensar que en algún lugar de este mundo, alguien se parece a mí. Alguien no me ve extraña, alguien me reconoce como parte de su tribu. Y yo de forma inexplicable siento de repente que al menos una parte de mí pertenece a algo. Una parte de mí encontró su hogar.Y por fín, puedo sentir la tierra bajo mis pies.
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    22:24
  • Capítulo 16-Quién es Mercedes, la libertadora de esclavos? Parte2
    Mercedes, como la mayoría de la gente con la que me crucé en mi búsqueda, con un par de excepciones, en primera instancia me trató con un poco de desconfianza y distancia. Casi como si me hubiese dicho: “Viniste acá a hacerme perder el tiempo?”. Sentada en su oficina, me mostró un pila de carpetas que eran los casos que estaban esperando que los pasaran a buscar. “Mirá, ves esa pila? Bueno, es de gente que vino, dejó su partida y nunca más volvió. Al pedo me hicieron buscar! Todos quieren que los salven, pero nadie se hace cargo! Aparte te digo una cosa, que hay cola, o sea vos me dejas esto y van a pasar meses antes de que tenga algo”.Al parecer, había cola para hacer la investigación. Mucha gente se acercaba a su oficina con la partida de nacimiento, así que Mercedes tenía muchísimo trabajo. Le expliqué que yo venía desde Suecia, que venía filmando un documental y que en cuanto tuviese una carpeta con toda la información sobre las posibles madres que tenía que ir a visitar, más vale que lo iba a hacer, porque sino el team del documental me iba a matar. Esto ya no se trataba sólo de mí. Yo estaba sola sentada ahí, pero venía con un grupo de gente que me seguía. Esto no era un arranque espontáneo, yo estaba en una misión. Porque a medida que fuimos filmando, que pasaron los años, me di cuenta que la venta de niños era algo tan común y los que buscábamos éramos tantos, y el consenso social tan grande, que lo que comenzó como simplemente la búsqueda de mi identidad biológica, se fue convirtiendo de a poco en una necesidad de hacer visible algo que pareciera invisible para la mayoría de la gente. Mercedes me explicó muchas cosas, una de ellas es que yo no fui adoptada ilegalmente, porque una adopción siempre es legal. Hay un documento que dice quien es la madre, a que hora una nació y donde. Yo tengo en vez identidad sustituida. Es decir, tenía una identidad al nacer, la cual fue borrada y sustituida por completo. Y a pesar de que ya el hecho de crecer con gente que no son mis progenitores biológicos afectó mi psiquis de la misma forma que cualquier otra persona que no hubiese crecido con su familia biológica por la razón por la que fuera, la identidad sustituida, me dijo, conlleva un saborcito especial que nace del contexto en el que sucede. Hay un respeto hacia la historia del niño que nace y hacia la madre que lo dio a luz en la adopción legal, que desaparece en la sustitución de identidad. El recién nacido, totalmente desprotegido es un producto que está a la venta. La madre que lo dio a luz generalmente carece de todo derecho o poder de decisión. Consciente o inconscientemente, los sustituidos lo sabemos. Mercedes me explicó todo esto y más. Me ayudó a ponerle palabras a sensaciones y emociones que llevo en el cuerpo desde hace tanto tiempo sin realmente saber de qué se trataba. También hablamos de la gran diferencia que puede hacer la familia con la que crecemos, como los mismos padres se manejaron con esta verdad, y como hicieron para manejar su propia angustia. Para el final de ese viaje en el 2018, entendiendo nuestra situación especial, Mercedes preparó una lista de catorce mujeres a las que había que ir a visitar. Si. Ni una, ni dos, ni cinco. Eran catorce. Hicimos la cuenta con Simón, un poco dependiendo de cuánto podría yo aguantar desde el punto de vista emocional, y llegamos a la conclusión que serían catorce días de ir a visitar madres, más un par de días de descanso entre medio. Eso implicaría que nuestra estadía se extendería a casi un mes más, y no teníamos el presupuesto para quedarnos tanto más tiempo en Argentina. No llegábamos a hacerlo en ese viaje, así que le dije a Mercedes que teníamos que organizarnos y volver cuanto antes. Nos miró con desconfianza cuando se lo dijimos, pero al fin y al cabo, había un documental que se estaba filmando, con una productora involucrada, ella sabía que abandonar la búsqueda no era una opción. Tal cómo dije antes, siempre puedo contar con la vida para arruinar mis planes. Así fue que ese mismo año, 2018, después de ese viaje a Argentina, la relación de trece años que tenía con mi pareja, lento pero seguro, se fue terminando. Con mudanzas y tristezas entre medio, no tenía plata para viajar a Argentina en el 2019, así que con Simon organizamos un crowdfunding para poder viajar cuánto antes. El 15 de febrero del 2020 tuvimos un evento donde con mi banda tocábamos mis canciones, y entre canción y canción Simon mostraba imágenes de lo que habíamos filmado. El evento fue un éxito total y conseguimos la plata necesaria para viajar. Pensábamos hacerlo en mayo del 2020, pero no contábamos con lo que puso al mundo en cuarentena menos de un mes más tarde del concierto. No contábamos con esa supuesta sopa de murciélago mal hervido. No contábamos con el mundo entero entrando en un letargo durante los próximos años, ni con que Argentina sería uno de los países con la cuarentena más larga y estricta. Tal cómo lo hicieron muchos otros, era tiempo para reorganizarse, tiempo de introspección, de espera, mientras el mundo se acomodaba ante la pandemia. En Suecia las restricciones apenas se sintieron. La distancia social ya existía antes de la pandemia, así que no hubo mucha diferencia. Los eventos en vivo como conciertos se cancelaron, pero ante la nueva realidad, el mensaje de que esta vida es frágil, que se puede terminar en cualquier momento le pegó fuerte a la gente y al contrario de lo que me esperaba, tuve muchísimo trabajo produciendo música. Todos querían cumplir su sueño de grabar sus canciones. Cómo si de repente todos se dieran cuenta que es en esta vida que hay que tratar de cumplir los sueños, porque no hay segunda parte a esta película. Las noticias de Argentina me llegaban a través de mi papá, quién desafortunadamente se cayó bajando las escaleras de su casa en el 2021, lo cuál hizo que su salud empeorara rápidamente. Argentina estaba muy difícil. La pandemia estaba haciendo que todo lo que era complicado antes de la pandemia, se complicara aún más. En Estocolmo me preguntaban cómo iban las cosas en Buenos Aires, que cómo hacía la gente para sobrevivir. Y yo les contestaba lo que vengo contestando desde que me mudé a Suecia: “Los argentinos están acostumbrados a las crisis. Han desarrollado la increíble habilidad de seguir para adelante de formas que uno desde acá no se imaginaría nunca”. Así es, me enteré más tarde, que a pesar de todo lo que estaba pasando, en Argentina muchas otras personas con identidad sustituida se habían organizado y abogaban por el derecho a la identidad biológica. Es decir muchas personas como yo, se cansaron de que nadie las ayudara y luchaban por el derecho que tenemos todas las personas a conocer nuestra herencia genética y cultural, nuestrxs progenitorxs y las circunstancias de nacimiento, entre otras cosas. Es más, habían presentado un proyecto de ley al congreso para poder recibir ayuda de parte del gobierno en la búsqueda de su identidad biológica. Finalmente, el 21 de abril de 2022 se aprobó en la cámara de senadores de la provincia de Buenos Aires la Ley de identidad biológica o de Origen que es una legislación que busca ser una herramienta para aquellas personas que tengan dudas sobre su origen biológico.El objeto de esta ley es garantizar el acceso gratuito de las personas a toda información relacionada con la propia identidad de origen, que conste en los diversos registros de organismos públicos provinciales, a cuyo fin el Estado deberá facilitar los medios necesarios.En otras palabras, la labor de Mercedes, quién sólo trabajaba en Capital Federal, se convirtió en una ley que de a poco está siendo aprobada en todas las provincias de Argentina. Como dije antes, felizmente, estamos destinados a evolucionar. Cuando volvimos en junio del 2022, post pandemia, Mercedes ya se había jubilado, así que en vez fuimos a la oficina de derechos humanos a hablar con Cecilia, su sucesora. Cecilia al igual que Mercedes se tomó su tiempo para explicarnos cada caso y le pudimos hacer todo tipo de preguntas. Con paciencia y tenacidad Ceci nos ayudó en todo lo que pudo, siguiendo la investigación hasta el último caso.A Mercedes la ví el último día antes de partir de vuelta a Suecia. Como siempre, un recibimiento duro y cálido al mismo tiempo. Nos encontramos en un café en el centro de Buenos Aires, junto con Simon que filmaba el encuentro. Que felicidad verla, tenía tanto para contarle! Y ella tenía tanto para contarme! Despotricó como siempre contra el gobierno y la corrupción del país, demandando que la gente tiene que empezar a tomar responsabilidad sobre sus vida y dejar de culpar a todo el mundo por todo. Habló de Abuelas de Plaza de Mayo como siempre, y me contó nuevamente sobre su propia historia y la desaparición de su hermano antes de la dictadura militar del ́76. Mercedes misma había sobrevivido tanto. Lloramos juntas, nos reímos juntas y antes de irme le dije: “No me querés adoptar vos en vez?” haciendo alusión que si igual mi partida de nacimiento es falsa. No me quería ir. Si hay una persona en el mundo que entiende por lo que pasé, lo que me costó, lo que vengo cargando y el vacío por dentro, es Mercedes. Pero el tiempo es tirano, así que me tuve que despedir y seguir mi camino.Mercedes es una fuerza incansable que no se da por vencida. Ese tipo de personas a quien admiro profundamente, que sin pena ni gloria, hizo lo que tenía que hacer, porque era lo correcto. Pero, de dónde venía ese llamado? Porqué le dedicó todo ese tiempo y energía a los sustituidos, a los que a nadie les importaba? Antes de irme alcancé a preguntarle y la respuesta fue tan hermosa como Mercedes misma. Fue más o menos así: “Y, alguien tiene que hacerlo. No puede ser que esto siga así”. Recuerdo la vez que me contó la historia de su nombre “Mercedes” “Sabés qué quiere decir?”, me dijo “Libertadora de esclavos”. Dentro suyo, el deseo de justicia arde fuerte. Será que siempre fue su destino ser quien es? Gracias Mercedes, y gracias Cecilia, por liberarnos a todos nosotros, esclavos de nuestro vacío, esclavos de nuestra búsqueda.
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    15:22
  • Capítulo 15-Quién es Mercedes, la libertadora de esclavos? Parte1
    El resultado de ADN de Abuelas de Plaza de Mayo dio negativo, y como dijo el juez de la causa, ahí se cerraba el caso. Y a pesar de que Claudia Carlotto me dijo que no era así, que como la tecnología seguía avanzando, existía la posibilidad de que aún se encontrase algún familiar en el futuro, para mí ya no había camino a recorrer.Después de recibir la noticia ese 30 de marzo del 2016, no quería saber más nada ni de mi búsqueda, ni de mis expectativas, ni de mi misma.Más que nada lo que sentía era vergüenza. Había convencido a la gente alrededor mio de mi historia, de que yo era parte de un hecho histórico, de que yo tenía relevancia, que yo era la respuesta a la búsqueda de una abuela que desesperadamente me estaba buscando. Yo era especial. Había hasta logrado convencerme a mí misma de eso. Pero ahí estaban las pruebas. No lo era. En mi mente, y para el resto del mundo, volví a ser simplemente otra persona adoptada, regalada o vendida. Era hija de una persona pobre, un error de alguien que, a diferencia de la clase media y alta, no tuvo acceso a la posibilidad de abortar. Cómo se me ocurrió a mí creer que yo podría ser algo más que eso? No me lo habían dejado ya todos en claro? Yo y mis supuestos “genes villeros".Como ya conté antes, volví a Suecia y decidí encerrarme en mi estudio de música, volcarme al trabajo, y hacer de cuenta que desaparecí. Que no existo. Y que nunca jamás se me ocurriese siquiera pensar en tocar el tema de la búsqueda de mi identidad, Qué vergüenza que sentía….Pero que me estaba pasando? Porque no era sólamente el dolor y desesperanza de no encontrar una familia biológica, había algo más torturándome el alma. Podía escuchar las voces dentro mío cuando cerraba los ojos. Podía ver las escenas de mi infancia y adolescencia repitiéndose una y otra vez y no encontraba forma de defenderme de estas “verdades” que me acosaban día y noche. Mi pareja en ese momento me decía: “Que seas hija de desaparecidos o no, no cambia el hecho de que de todas formas sucedió una tragedia en el momento en el que naciste”, cuando veía que yo no me permitía sentir el dolor del resultado de la prueba de ADN. Él me decía que el hecho de que yo no hubiese crecido con mi familia biológica ya era herida suficiente. Yo no entendía a lo que se refería. Escuchaba sus palabras, podía entender lo que decía, pero no su significado.Porque no podía yo sentir compasión por mi propia historia? Porque me revoqué a mi misma el derecho a sentir mi propio dolor y en vez sólo sentía vergüenza?Me costó encontrar el enemigo que me acechaba esta vez. Un enemigo inteligente y sigiloso, que se había escondido entre los pliegues de mi corteza cerebral y el tejido muscular de mi corazón, desde donde bombeaba su veneno permanentemente.Lo que había encontrado un huésped perfecto en mí era el racismo que me rodeó desde tan pequeña. Un racismo internalizado que se había normalizado en forma de voz interior que me repetía las razones una y otra vez de porque yo era genéticamente inferior. Una voz certera e insistente que era casi imperceptible. Una voz que no era la mía, sino del mundo en el cual vivimos que categoriza a las personas como superiores e inferiores. Un arma extendida del poder regente que tiene como propósito mantener esas diferencias, las estructuras de poder y privilegios al dividirnos entre negros, morenos y blancos, heterosexuales, bisexuales y homosexuales, mujeres y hombres, sociedades “civilizadas” versus sociedades “primitivas”, países “desarrollados” versus países “en desarrollo” y mucho más, desde el colonialismo Europeo. Bueno, fue mi forma de sobrevivir. Fue lo que tuve que adoptar de niña para poder encontrar un espacio donde me aceptasen.En pocas palabras, mi niña interior se dijo a sí misma: “si no puedes contra ellos, úneteles”, y a pesar del dolor que le causaba, eligió rechazarse a sí misma y así al menos sentir que tenía algo en común con el grupo de personas que la rodeaba, al menos algo con lo que podía identificarse con ellos.Todo ese discurso tóxico había echado raíces dentro mío, pero no de la forma clásica en la que suele verse expresado el racismo. Eso no me hubiese sido difícil de detectar. El discurso racista se expresaba en el rechazo que yo sentía hacia el color de mi piel, hacia mi pelo enrulado y oscuro, hacia mis caderas, hacia todas las ondulaciones de mi cuerpo, hacia las facciones de mi cara, y el color de mis ojos, hacia el tono de mi voz, mi boca grandota y mi risa fuerte. Porque todo aquello, me habían dicho, era muestra clara de que yo era inferior.Tal vez la forma más fácil de describirlo es la explicación que me dió mi amiga mexicana, cuando me contó porqué le había sido a ella tán difícil salir del closet y reconocerse como homosexual. Mi amiga me contó que su familia y la sociedad de clase alta, católica que la rodeó toda su vida, tal cómo sucede todavía en muchas partes del mundo, estaba fuertemente en contra de la homosexualidad. Es más, la homosexualidad estaba asociada con inmoralidad, con perversión. Años más tarde, cuando ella ya se había instalado en Suecia, lejos de la sociedad en la que creció, y sumamente a gusto con la inclusión y apertura mental de la sociedad sueca hacía la variedad de género y orientación sexual, todavía sentía que le era imposible salir del clóset. Y una vez que logró hacerlo, fue un proceso lento el deshacerse de la vergüenza por su orientación sexual. A pesar de que a ninguna de las personas cercanas que la rodeaba en su nueva vida en Estocolmo, les parecía problemático que no fuera una mujer heterosexual, a ella le demandó años poder aceptarse a sí misma.Lo extraño, me comentó, era que ella nunca jamás sintió rechazo hacia otras personas homosexuales. Nunca trataría a alguien de la misma forma en la que ella se trataba a sí misma, nunca pensaría de la misma forma refiriéndose hacia otras personas. Nunca maltrataría a nadie por no ser heterosexual. La homofobia sólo era hacia sí misma.Los mecanismos de supervivencia del ego pueden ser muy inteligentes y disfrazarse de lo que haga falta, para asegurarse que estemos a salvo.La vergüenza piensa que nos salva del dolor punzante del rechazo de otras personas, al rechazarnos a nosotros mismos primero. Algo así como: “No hace falta que me peguen, yo ya me pego sóla. No hace falta que me rechacen, yo ya sé que no debería ser aceptada” Atacar primero, para evitar que a una la ataquen, y así minimizar o controlar el impacto que la realidad que nos rodea tendría en nuestra niña interior, que tanto desea ser aceptada y vista. Pero por supuesto que duele igual, que todo nos pasa igual. Acá un ejemplo claro de mi infancia:Cómo muchos otros niños, cuando era chiquita, mi mamá en los veranos me mandaba a la colonia. Esta colonia pertenecía a la comunidad alemana. Todos los días nos pasaba a buscar el micro de la colonia, que nos llevaba al club deportivo alemán, donde nos pasábamos el día entero. Hay una escena recurrente de esos tiempos, de cuando yo tenía 6 años, que no me olvido más, que describe cómo yo ya de chiquita había entendido de qué forma se me percibía. Estábamos cambiándonos en el vestuario, todas las nenas de la colonia y yo. Yo veía que me miraban y se hablaban entre sí. Veía cómo me evitaban, veía como murmuraban. Así que me acerqué a un par de ellas y les dije: “Ya sé que soy una negrita. No tienen que jugar conmigo si no quieren”. No me acuerdo bien que pasó después, pero lo que sí recuerdo es que no la pasé mal. Recuerdo ver alivio en la cara de las nenas. Ya no me tenían que rechazar, yo ya lo había hecho por ellas. El racismo estaba internalizado desde hacía tanto tiempo. Y lo más interesante, era que gracias a entender el dolor que me provocaba a mí, que nunca en la vida trataría a otra persona de esa forma. Sólo a mí misma. Yo vine fallada.Yo estaba mal. Nadie más. Muchos años más tarde, a esto se le sumó el mensaje tácito de la sociedad argentina, que me indicaba que yo como posible hija de desaparecidos apropiada tenía un valor mucho mayor, que si simplemente era hija de una persona pobre. Mensaje que fue sentido y confirmado por varias personas que pasaron por el mismo proceso de búsqueda por el que pasé yo. De más está decir, el racismo existe en todas partes. Sin hacer un análisis profundo de porque es algo tán común entre los seres humanos, es innegable ver que fácil que hecha raíces y cómo actúa entre nosotros la mayor parte del tiempo de forma inconsciente y hasta en algunas personas de forma consciente y abierta.A veces, las personas pueden pararse a revisar si los propios pensamientos o forma de actuar son racistas, y corregir su forma de pensar y actuar, e intentar ampliar la percepción del mundo que las rodea, y a veces no tienen la capacidad de hacerlo. A veces, las personas están tan acostumbradas a ver las cosas de la misma forma y sus creencias están tan arraigadas, que el mero hecho de ver las cosas desde otro punto de vista les genera una migraña, un ataque de pánico o un arranque de rabia. “Porque si no hay raza superior e inferior, entonces, dónde nos posicionamos y que valor tenemos realmente?” dice el ego perezoso que se niega a cambiar. El ego muerto de miedo que no quiere ser rechazado, que quiere pertenecer al grupo correcto de personas. Al grupo elegido y privilegiado. Personalmente, aunque me reconozco como humana limitada que hace lo que puede con las herramientas que tiene, tengo que decir que prefiero cada día de mi vida ejercitar mi cerebro y ampliar mi percepción del mundo que me rodea. Cuestionar las supuestas verdades con las que crecí y desafiar el miedo de mi ego. El mundo para mí es más lindo así, el racismo nunca me dió nada más que dolor y prejuicios, y esa vida no es la que yo elijo vivir. Una vez de vuelta en Suecia, esa misma vergüenza, ese racismo internalizado me estaba torturando, consumiendo. Por eso mi plan era encerrarme, ir a las reuniones de doce pasos, a mi terapia, dedicarme a trabajar, y a dejar todo esto atrás. Pero como acabo de mencionar, ese nunca fue mi destino. Mi alma inquieta no lo iba a dejar ir. No iba a permitir que el miedo en mi ego se saliese con la suya. Así que cuando Simon y Juan decidieron hacer una “intervención” y convencerme de que siguiera, lo hice.Gracias a Martin, entonces llegamos a Los Bartuquitas, y gracias a ellos se abrió una nueva puerta. Fue Paola Klejman, la primera que me contó de una tal “Mercedes Yañez” del departamento de derechos humanos en el registro civil de la capital. Lo primero que entendí, fue que esta mujer tenía acceso a los archivos de los hospitales municipales y que por eso podía encontrar a las madres biológicas. Parecía tan fácil. Simplemente tenía que ir a presentarme a su oficina con mi partida de nacimiento y ella me ayudaría. “Pero ojo, es una mujer complicada. Si no le caés bien es probable que no te ayude”, me advirtieron. Así que apenas Simon, Juan y yo llegamos a Buenos Aires, en mayo del 2018, junté coraje, me tomé el subte hasta la estación de Tribunales, caminé hasta la calle Uruguay al 753, donde se encuentra el registro Civil Central, subí al 5to piso, y ahí estaba. En la puerta había un cartel modesto que decía. “Derechos Humanos”. Realmente me sorprendió encontrar esa oficina ahí. Toqué la puerta tímidamente, y desde adentro alguien me respondió con una voz ronca “adelante!”. Abrí la puerta con cuidado y ahí estaba sentada una señora de pelo blanco, largo, ondulado y mirada severa. “Estoy comiendo mi almuerzo” me dijo con una tonada tucumana casi imperceptible, que en realidad quería decir “me viniste a molestar en medio del almuerzo!”. “No tengo apuro”, respondí con mi suequedad más diplomática y cara de piedra, “comé tranquila y me avisás, yo espero acá afuera”. Cerré la puerta y me quedé quietita afuera esperando, hasta que un ratito más tarde su figura pequeña me abrió la puerta y con un tono más tranquilo me dijo: “Pasá”. Entré a su oficina. Había un escritorio con una computadora y muchas carpetas y archivos por todas partes. Me senté en una de las sillas , casi dudando de que hubiera llegado al lugar correcto, y empecé a decir algo parecido a esto: “Hola, bueno, resulta que soy adoptada y me dijeron que me podías ayudar a encontrar mi origen biológico”. “Trajiste tu partida de nacimiento?” me contestó, “Si” respondí y saqué el documento y se lo mostré. Apenas lo vio sonrió y dijo: “Ahhh, el prolifero doctor Bartucca”. Aparentemente para cuando yo me acerqué a pedir ayuda, ya se habían acercado muchas otras personas a Derechos Humanos con partidas de nacimiento firmadas por el mismo doctor. “Pero no es sólo él, esto es un negocio familiar…la hermana…el hijo, toda la familia está en esto”. Mercedes ya conocía bien donde se movía este médico. De hecho en un momento llegó a ser el jefe de obstetricia del hospital Santojanni. Me imagino que no era difícil conseguir bebes para vender cuando se está en semejante posición de poder, prácticamente cómo dejar a cargo un rebaño de ovejas a un lobo. Esa primera charla con Mercedes fue una charla larga y sincera. Mercedes no se callaba la boca, me lo decía todo en la cara, y eso me resultó genial. Decía cosas en contra del gobierno, en contra de Abuelas de Plaza de Mayo, en contra de todo un sistema de corrupción, inclusive en contra de la gente que se acercaba a buscar su identidad. De las muchas cosas que dijo, esta es la que más me impactó: “Pero la gente viene acá a buscar su identidad biológica y se piensa que encontrando eso va a solucionar todos sus problemas. ¡No! Se piensa que todos los traumas empiezan y terminan acá. Noooo!!!! ¿Sabes lo que es la identidad? ¡La historia de tu vida! Lo que construís cada día! Háganse cargo, viejo!!! Ya son personas grandes!!!!” Yo no me animé ni a decir mu. Más que nada sonreía con fascinación al encontrar una persona como Mercedes. No pretendía ser otra cosa de lo que era. A pesar de que estoy bastante segura de que es una persona muy sensible a las energías que la rodean, consciente de que hay más que lo físico y material en este mundo, me dijo:” Yo no te voy a tirar las cartas, eh? No estoy acá adivinando, yo voy a inves-ti-gar”. Voy a pasar de tratar de explicar la labor de Mercedes, la libertadora de esclavos, y sé que me va a faltar vocabulario. Si me preguntan a mí, debería escribirse un libro sobre ella y su método de investigación. Mercedes es una fuente de conocimiento que el mundo no se puede dar el lujo de perder. Resulta que en un momento, cuando Mercedes ya estaba trabajando para el Registro Civil Central, cuando un día se acercó un hombre desesperado buscando su familia biológica. Insistió e insistió y finalmente Mercedes se acercó a su jefe y le dijo: “ Alguien tiene que ayudar a este hombre” y fue así que inició esto que eventualmente sería la oficina de Derechos Humanos, donde se busca restituir la identidad biológica de la gente con identidad sustituida. Desde entonces lo que hizo hasta que se jubiló, es lo siguiente: Primero entrevistaba a la persona que se acercaba a su oficina. Preguntaba detalles, porque en el relato que las personas recibieron de quienes le dijeran la verdad de su origen biológico generalmente se escondían detalles que de otra forma no se encontrarían. Como por ejemplo, el bebé al llegar a su nueva casa, tenía todavía el cordón umbilical? O ya se le había caído? O por ejemplo en que zona fueron a buscar a ese bebé? Ese tipo de preguntas que a una se le pasan de largo. Después, con la partida de nacimiento, iba a los archivos del registro civil y empezaba la segunda parte de la investigación: El reconocimiento de la información falsa en la documentación. Es decir, Mercedes aprendió a ver cuándo una partida de nacimiento se ve rara. Por ejemplo, que una niña nació un día, falleció al siguiente y la razón que escribió el médico es muy poco clara. También buscaba sobre todo madres jóvenes y solteras, cuyos bebés nunca más aparecen en ningún otro registro. Y también buscaba antes de la fecha de nacimiento que decía la partida y después, porque dado q la información en los documentos generalmente era falsa, había que buscar alrededor de la fecha que decía. Así llegaba a una cantidad de posibles madres, de las cuales averiguaba si vivían, donde vivían, la dirección actual y si era posible un número de teléfono. Así armaba una lista, con orden de probabilidad y de ahi a una le tocaba, siguiendo esa lista, ir a encontrarse con esas madres. Por supuesto que esto también llevaba preparación. La forma en que una se acerca a esas madres, me explicó, también era muy importante. Primero que nada, no llamar por teléfono! Porque ahi sí que nunca nos recibirían. Segundo, una vez que nos acercamos y nos abren la puerta, en el caso que fuera otra persona que la señora que estábamos buscando, mentir. Nunca jamás decir la razón por la cuál nos acercamos. Esa madre, tal vez nunca le contó a nadie que tuvo una hija. Esa niña pudo haber sido fruto de una violación de la cuál se quiere olvidar, o fruto de un amor que no pudo ser, y ahora que había re hecho su vida talvez nunca había contado que pasó. En vez decir, por ejemplo, que una es la hija de una compañera de la primaria que falleció que le quería dar un mensaje en su última voluntad. Y finalmente, cuando se conoce a la madre, empezar contando que una está en una búsqueda, que una es adoptada y que según lo que se pudo averiguar, esta madre frente nuestro había tenido una hija en tal hospital, tal día, y que si había posibilidades de que esa hija fuese yo. Mientras que todo esto está pasando muy importante es ver el parecido físico. Y si todo sale bien y la madre se siente cómoda, pedir una prueba de ADN. Yo voy a agregar algo más a esta lista. Hay que contar cómo es que llegamos a ellas, de dónde sacamos la dirección y el teléfono, y que cualquier duda que tengan, que se comuniquen a la oficina de Derechos Humanos. Que su identidad e información están protegidas, y que la única razón por la cual la obtuvimos es porque nos fue dada. Y será por mi codependencia, pero para mí también es importante recordar, que esta mujer que estamos visitando sufrió una pérdida hace muchos años, pérdida que le venimos a recordar, así que acercarnos con gentileza, tranquilidad, sinceridad y calidez, es lo más importante, que a esta mujer delante nuestro esta vida ya le fue difícil.Una vez que Mercedez me explicó todo esto, me preguntó: “Tenés alguna pregunta más?” “No, es hora de ir a tocar puertas”, le respondí con una mezcla de miedo y expectativa, sintiéndome chiquita, frágil e invencible a la misma vez.
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Hola, me llamo Natalie y hoy estoy acá contándoles la historia sobre la búsqueda de mi identidad. Cuando la gente que me rodea, cercana o lejana se entera de que soy adoptada y del documental que se filmó desde que activamente empecé a buscar mis raíces, lo que sigue siempre es una serie de preguntas. Estas preguntas las vengo respondiendo desde hace años. Ahora que se terminó de filmar el documental decidí hacer este podcast respondiendo cada una de ellas . Cada episodio es una respuesta a una pregunta.
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