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La Montonera prod.
Un podcast donde damos rienda suelta al triángulo de nuestras cosas favoritas: la política, la cultura pop y la actualidad. @podcastpol Política en serio en ti...
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  • Actualidad. Todas las elecciones hablan de mí
    A la victoria de Trump le siguieron un torrente de columnas y análisis del género forense. Actividad de esfuerzo extraño, que ni evita el daño ni resucita a al muerto. Sirve, bien hecho, y mucho, para quienes vendrán. En general no fue el caso. Se hizo en su modalidad quién es el culpable y, en concreto, en la submodalidad “ya lo decía yo”, que permite expresar una misma hipótesis que ya se traía de casa con la excusa de nuevos cuerpos a examinar. Por aquí, presentistas y localistas como somos, la cosa nos resonaba a un problema próximo. Todas las elecciones hablan de mí. Por eso nos ha gustado comentar qué dicen de nuestro contexto los análisis enfocados a un qué ha pasado amplio y un qué vendrá abierto. Es recomendable escuchar la charla de Keeanga-Yamahtta Taylor y Daniel Denvir en el podcast The Dig y traer a nuestro terreno algunas explicaciones: 1. Ese pueblo del que usted me habla. El problema de desconexión y distancia de las élites ha invadido el mundo de lo sensible. Se ha acelerado, intensificado, y con ello todos los problemas que supone. No somos ingenuos: en la base del mecanismo de representación hay un proceso de extrañamiento implícito. Pero cuando la distancia se hace tal los equipos de las capas altas no pueden prever el efecto de sus gestos en la población ni anticipar sus reacciones porque no participan de ellas. ¿Cómo, si no, puede parecer buena idea ese macroconcierto en las escaleras del Museo de Philadelphia, acto central de la campaña de Harris, con todos los rockybalboas que te tienen que votar en otro sitio, enfrentando la mayor crisis de vivienda y salud pública de su historia? ¿Cómo se puede enmarcar la campaña en la última oportunidad de la democracia y regodearse en facilitar una transición modélica cuando esta se pierde? Es la ilusión, es la emoción, pero también es hacerse cargo. Si no te lo crees ni tú, ¿a quién estás convocando a creerselo? 2. Cabalgar la interseccionalidad. Algunas interpretaciones eran repasos de las carpetas de fotos de los sospechosos habituales: Los blancos pobres se han pasado al trumpismo, las latinas han sido poco feministas, etc. Es lo propio de una política que debe segmentarse para movilizar al máximo. La cuestión es si se entiende la singularidad de cada uno de esos segmentos o, al hacer política con esas líneas de desigualdad, no producimos rechazo (o alienación) antes que movilización ¿Qué sentido tiene hablar de privilegio blanco respecto al primer grupo? ¿Que impele a mujeres de tradiciones políticas muy diversas a sentirse afectadas y defendidas por un perfil como el de Harris? Si la intención era una movilización de minorías sin hablar de racismo o de la última línea de defensa de las libertades mientras se sigue esa política interna y externa con la cuestión palestina, algo falla. 3. Horizontes y el marco coalición. Sorprende de la conversación que citamos cómo se mantienen de la mano a) radicalidad y b) futuras coaliciones de carácter amplio. Existen muchas sospechas sobre la posibilidad de reorientar el Partido Demócrata y algunas más sobre la viabilidad de un tercer partido USA. Pero se ha producido un giro respecto a la percepción del momento como un estadio límite de las cosas y, por lo tanto, también respecto a que la forma lógica de tratar el presente es a través de amplias alianzas. En una paradoja que aproxima la discusión a nuestro contexto: la debilidad de los actores fomenta un ensanchamiento de las coaliciones. De estas cosas “lejanas” y de otras más mundanas, como la migración a Bluesky (sígannos en @polandpop.bsky.social) o la retirada de Nadal, ese hilo que ha unido generaciones en una forma de entender la subjetividad España, hemos estado hablando la hora larga que tenéis por aquí arriba. Pasarse.
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    56:34
  • Reconquistar internet. Contrahistoria digital vs. la internacional del odio
    Volveremos a las redes. La reconquista de la vida y la política digital Hemos creado el mundo digital tres veces. Hicimos funcionar internet en la última parte del siglo XX. Lo llenamos de mundos otros y espacios colaborativos en el cambio de siglo. Y lo dispusimos como una máquina política formidable en las primeras décadas del XXI: conectamos, creamos, transformamos. La nostalgia puede ser añoranza del futuro que pudo ser. Ni la venganza en diferido de quien auguraba que toda innovación era inútil, ni la medalla de quien tuiteó delante de los grises, desgastada ya en sus efectos. Hablamos con Marta G. Franco, autora de Las redes son nuestras. Una historia popular de internet (y un mapa para volver a habitarla), ed. Consonni, 2024, sobre esas tres creaciones y esas tres derrotas de internet: de las redes colaborativas al monopolio de las infraestructuras, del multiverso digital a las big tech, de la autocomunicación de masas libre de escala a la hegemonía de la internacional del odio. Pero, como dice Francco, esa historia es una fuente de conocimiento y de amor para las nuevas rupturas: “Repasar esta historia de victorias ‒porque si nos robaron y perdimos tres veces es porque un rato antes, tres veces, íbamos ganando‒ no es un ejercicio de nostalgia impotente, es una herramienta para recordar que se puede ganar. Que internet puede ser un territorio donde aprender, colaborar y avanzar hacia algo que se parezca mucho más al mundo en el que nos gustaría vivir” (p. 13). Para ello existe un doble obstáculo que la obra busca superar. Un problema, primero, de memoria. En tanto se ha perdido ese hilo de nuestra historia instituyente en lo digital (diversa en los cuerpos y culturas que la han protagonizado), parecemos poca cosa, y una cosa pasiva en todo caso, frente a los chicos listos de Silicon Valley. Así, como gente a la que internet le ha pasado en lugar de la gente que lo ha hecho, nada sustancioso podemos conocer y mucho menos decidir sobre su funcionamiento. A este obstáculo cognitivo se le suma el político. No se valora de forma suficiente lo que se ha perdido o lo que nos jugamos. La esfera digital no es un añadido a la realidad donde matar la espera y los trayectos en bus. Es un espacio político y de politización predominante. Es el medio de transmisión del bulo de las represas y un espacio conversacional que ya no tiene sustituto. La forja de las subjetividades que postceden al neoliberalismo. Es decir, un asunto basal de la democracia que no se agota en la toxicidad de tal o cual red social y del que no hay una desconexión productiva posible. Es cierto que, frente a esos obstáculos, Marta G. Franco expone un programa de reformas profundo y levanta acta del malestar digital: un clima de desafección, deterioro de la atención, depreciación de sus mecanismos de captura, deserciones y colapso de la esfera social digital aquí y allá que coincide con una aceleración en la inauguración y recreación de mundos que podría ser la cuarta victoria en internet. Los medios para ésta son desiguales, pero la partida continúa y hay sitio para que entréis.
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    1:02:12
  • El estado feroz: manual de instrucciones (con Pablo Elorduy)
    De la lectura de “El Estado feroz”(Verso, 2024) y de la conversación Pablo Elorduy, no se desprenden los conceptos más trendy de la politología patria ni de la internacional tertulianista -¿Ha dicho uted “inquiocupa? ¿inqué?-. Se sigue, más bien, una fascinación por la reciente ubicuidad de algunos conceptos -¿de verdad está el señor ministro hablando de lawfare en la Ser? ¿a partir de qué número de podcast de éxito las cloacas pasan a ser vertederos a cielo abierto?- junto con el temor a que se despoliticen por completo en el mercado de las ideas. Donde hay más mercado que ideas y cotizaciones sobre todo a la baja. Jugar a la antropología del Estado es bajarlo del pedestal de héroes y santos para ponerlo en tierra. A pie de lobby, de cultura profesional y de familia extensa -Enhorabuena, después de dos abogadas de Estado, por fin han tenido ustedes el técnico de comercio que tanto buscaban-. Implica tomar el Estado no como lo que debería ser, sino como lo que es. Y el Estado es primero una organización estable, y, ya luego si eso, democrática. El “ya si eso” es el artista anteriormente conocido como política, donde nos jugamos ciclo a ciclo, si gana a) la tendencia democratizadora que subordina el estado a la soberania popular y nutre el circuito virtuoso de derechos, garantías y ampliaciones de la vida o b) el sentido patrimonialista y censitario de quienes ponen orden cuando la cosa se desmadra. Estado feliz y Estado feroz, dice Elorduy. En España ha habido mucho del segundo y menos del primero. Sin licenciarse nunca, el Estado feroz sale a pasear sobre todo cuando la tensión entre esas dos tendencias se desborda y la democracia amenaza la continuidad en la dirección política del Estado y el poder de los dueños de las cosas. Que seamos sinceras/os: se asustan con cualquier cosa. Con cositas muy pequeñas. Con cualquier cosa que se considere una amenza o una posibilidad, quién lo hubiera dicho, de que la dirección se aleje de la influencia exclusiva de los viejos grupos titulares de la administración (ya sea del estado o de las empresas) y ese poder se derrame de forma más distribuida. Por eso los tiempos de crisis son tiempos de Estado feroz. Y crisis no nos faltan. Si usted lleva algunas décadas con los pies en algún territorio del Sur, incluso del Sur de Europa, no le resultarán extrañas las últimas actualizaciones del sistema operativo del Estado, especialmente diseñadas para poder implementar una decisión política dura “venida de arriba a la derecha”, es decir, indeseada. Para estas funcionalidades de excepción, de traducción y regular administración de un dolor cíclico, el ingrediente democracia debe limitarse. El golpe de realismo al leer este manual de instrucciones sobre el Estado Feroz tiene, como muchas discusiones sobre lo real, un efecto ambivalente: ilumina pero asusta, esclarece pero puede paralizar. La amenaza de un shock impolítico por exceso de verdad. Si esto es así, no debe extrañar que la digestión masiva de todo esto se haga más en los programas del corazón y en el true crime que en las tertulias políticas, pero si lo primero le sabe a poco aquí dejamos que nos apriete la manita cuando vengan los sustos.
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    1:00:43
  • 40 maneras de nombrar la nieve. Sobre las familias de la derecha
    Estamos de vuelta. 6ª temporada. De las cosas que empezaron durante la pandemia porque, recordarán, confinamiento, pocas subsisten. El podcasting ha devenido mainstream y nosotros hemos visto pasar ese tren como lo hace una vaca o un olivo. A lo suyo. Este verano, el particular lo suyo en el que interseccionan la cultura pop y lo político ha sido la conversación pública: el despliegue plaza en internet ahora reconquistada por lo tóxico y lo privado. Así que, a este lo suyo, le vamos a dedicar algún tiempo. Primera parada, un texto canónico de la lectura contemporánea sobre las nuevas derechas y su impacto sobre las viejas. El conocido ¿La rebeldía se volvió de derechas? De Pablo Stefanoni, editado por Siglo XXI y Clave Intelectual. Texto útil porque incorpora la perspectiva latinoamericana del asunto, siempre demasiado norteña. Y texto premonitorio, que en 2021 ya se preguntaba si esos tertulianos paleolibertarios, como Milei, minoría en la política de masas, pero buenos animadores del share, no serían algo más algo pronto. La premisa del libro es de una aceptación extendida: existe una debilidad en la familia conservadora tradicional (old right, tories del mundo, democristianos, conservadores en lo social y neoliberales en lo económico, en definitiva) que da oportunidad a y se aviva por la acción de derechas periféricas pero agitadas que mueven el tablero e incluso acaban por llevarse las piezas a casa. Desde ahí, hemos querido jugar con el motor del libro, que opera a partir de una paradoja fundamental en el funcionamiento de esta constelación. Esta es, una enorme variedad de familias, con planteamientos y fobias fundantes contradictorias que, sin embargo, produce efectos con una unidad y consistencia de sentido intensas. Si una leyenda-¿cuñadez? urbana dice que los inuit usan 40 palabras para designar 40 tipos de nieve, nos vemos en la necesidad de adaptarnos al entorno y manejar un reguero de nombres para identificar -y explotar- las diferencias de estos grupos. Etnonacionalistas del gran reemplazo contra el islam. Derecha populista de las élites globales me quitan el bocadillo, siendo las élites personas que se mueven para trabajar y siendo lo global una sucesión infinita de fronteras. Neofascistas que se pasaron al posfascismo porque el primer disco se vendió fatal. Paleolibertarios que combinan sin atragantarse un control natalista del cuerpo con el estímulo de los mercados de órganos. Anti-progres de todo tipo, masculinismos rancios y nazis del misterio que hacen match en la crisis occidental de la mediana edad. Es decir, un paseo de impacto por las estanterías del mercado de las ideas. Estando así la cosa y siendo la cosa nuestra continuidad más o menos alegre en el plantea, surgen muchos comentarios. Empezaremos la temporada con uno: ¿cómo es posible que estas alianzas contra natura conserven una cierta unidad estratégica que modifica el campo incluso de sus adversarios y enemigos? ¿Cómo contrasta con esto nuestra metáfora estructurante de la pureza ideológica y su rebaje pragmático? Bien, pasen, disfruten y discutan, que viene fuerte la temporada.
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    58:30
  • Turismo y lucha de clases. Hacer España yéndote de vacaciones. Fin de temporada 5
    Lleva unos meses rondándonos la teoría de los tres estados. Como cuando se cuenta en el cole la Edad Media, la teoría explica que hay tres sociedades superpuestas: gente que maneja lana para comprar a mucha otra gente y aún le sobra; gente que es comprada y con esfuerzo puede comprar a alguna otra de vez en cuando; y gente que es comprada y solo le queda apretar los dientes pa tirar palante. Esta imagen contiene muchas incógnitas. En el programa con Emmanuel Rodríguez a propósito de su libro sobre la clase media (https://www.ivoox.com/3x17-en-este-pais-todo-mundo-es-audios-mp3_rf_87316776_1.html) nos preguntábamos ¿ cómo es posible que ese segundo estado identifique al 60% de la población y a casi a la totalidad de la esfera política? Cuando Anna Pacheco retoma el problema de la clase en el trabajo contemporáneo en “Estuve aquí y me acordé de vosotros” (Anagrama, 2024), libro al que dedicamos este último programa de la temporada, se pregunta cómo esas personas -casi clase media, media media, media baja, media bajita, casi pobres- que dispensan sus servicios en la hotelería de lujo no desarrollan, al servicio de la clase alta global, las formas más depuradas de rencor. La imagen de los tres estados devuelve también la incógnita de las alianzas ¿con qué clase es más probable el acuerdo estratégico? ¿con aquella a la que hay más posibilidad de volver o caer o con aquella a la que se aspira a llegar? En el contexto español el turismo -en otros lugares una actividad excepcional y residual en el ámbito productivo, aquí eje vertebrador del modelo de país- resulta ser bien explicativa del estado de las cosas. En ella se refleja con precisión la teoría de los tres estados: el 33,1% que no puede irse de vacaciones al menos una semana (ECV 2023), el 60% que trabaja aspirando a la vida-vacaciones y el 7% que se forra con todo esto. El problema de esta imagen, icono del clasemedismo español, es cómo se mueve. El turismo ha vivido la transición desde un sector servicios-industrial que coquetea con las grandes constructoras y financieras a un sector devorado, al igual que el conjunto de la producción social, por estas últimas. De hecho, la conflictividad social creciente, como hemos visto en las últimas manifestaciones contra la turistificación de nuestras ciudades y territorios, uno de los movimientos populares más vivos hoy, no estalla solo por la captura territorial y laboral del sector clásico ho(s)telero, sino por el giro rentista que incorpora la vivienda turística y agota todas las formas de vida urbana e insular. Si situamos el turismo en esta esfera productiva y sistémica, más que en una esfera de gustos, consumos y estilos de vida, el marco de críticas y de alternativas se desplaza también ¿es lo mismo un sector turístico que el otro?, al igual que cabe preguntarse ¿es lo mismo la explotación laboral que la expropiación rentista?. ¿Cabe alguna forma de nuevo pacto social por el turismo, que incluya su desmercantilización, decrecimiento y profesionalización? ¿Será posible otro turismo mientras sea imposible otro trabajo? Nos vemos en septiembre y, mientras tanto, en las piscinas. Un abrazo.
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    54:33

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