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Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Juan David Betancur Fernandez
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
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5 de 739
  • 720. El árbol de Boston.
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez en la ciudad de Halifax en Canada durante la primera guerra mundial una combinación de hechos que resultaría fatal. Era el 6 de diciembre de 1917 y el comercio de municiones entre america y Europa estaba en todo sus apogeo. Aquel día el carguero Frances SS Mont-Blanc se aprestaba a entrar a el puerto de Halifax después de haber cargado casi 3000 toneladas de explosivos en nueva york y esperando ser parte de un convoy que partiría a Europa. En su entrada a puerto  el capitán de el Mont Blanc  vio aproximarse el  SS Imo de bandera noruega., El  IMO era un  barco dedicado a transportar suministros de ayuda sanitaria a Europa y necesitaba llegar a Nueva York lo antes posible y ya iba con retrazo. Eran las 8:45 de la mañana El piloto del Mont-Blanc emitió un solo silbato corto, la señal estándar que indicaba que tenía el derecho de paso. En respuesta, el Imo emitió dos silbidos cortos en un desafío desafio indicando que no cedería su posición, el Mont Blank repitió el silbido pero de nuevo el IMO rechazo el pedido y continuo. . A pesar de los repetidos intentos del Mont-Blanc de reafirmar su derecho, el Imo se mantuvo en su rumbo erróneo.Finalmente Ambos barcos cortaron sus motores, pero el movimiento continuo debido a la inercia propia de grandes barcos llevo a ambos en curso de colision . El Mont Blanc giro bruscamente a babor, pero desafortunadamente el IMO termino incrustándose lentamente , muy lentamente en el costado del Mont Blanc a la altura de la bodega principal llena de explosivos. El golpe sacudió violentamente el Mont blanc causando el derramamiento de los barriles de benceno que llevaba en la cubierta. Este benceno altamente inflamable se filtro en las bodegas de carga y. allí el vapor del benceno comenzó a llenar las bodegas repletas de acido pícrico y TNTHasta ese primer momento nada explosivo había sucedido, todo parecía simplemente un golpe entre dos barcos sin perdidas humanas. En Halifax los traunseuntes del puerto vieron la escena y muchos corrieron hasta la orilla para presenciar dicho espectáculo. Dos barcos chocando no se veía todos los días.  Pasaron 20 minutos y nada había explotado milagrosamente. De pronto el SS IMO comenzó a retroceder tratando de desbloquear la situación y apartarse del Mont blanc. Pero esto fue fatal. El roce del metal de ambos barcos mientras se lentamente se retiraban causpo chispas que encendieron de inmediato los vapores de benzol derramado en la bodega. El fuego comenzó alcanzando el combustible de la cubierta. El capitán del Montblanc ordeno a su tripulación que abandonaran el Barco y todos trataron de llegar en bote o a nado a la costa de Halifax. Mientras tanto el barco ya en llamas era un espectáculo para las dos ciudades de Halifax y Dartmouth a ambas lados del estrecho. Era la oportunidad para miles de habitantes de presenciar un incendio espectacular. El Mont blanc siguió sin control y sin piloto y capitán y después de algunos minutos encallo contra el Muelle numero 6. Todo era sorpresa y excitación en la  ciudad ya que un gran barco en fuego había golpeado el puerto, pero solo los pocos marineros del mont blanc que todavía  remaban desesperados hacia la costa  sabían y entendían el  potencial peligro en el que todos los habitantes  estaban.  Y llego las 9 :04 de la mañana el fuego ya era incontrolable y había alcanzado la explosiva carga de la bodega creando una  gigantesca explosión nunca antes vista en la historia. Una bola de fuego se elevo desde aquel barco. El Mont blanc se desintegro instantáneamente y una onda explosiva se movió a más de 1000 metros por segundo a una temperatura de 5000 grados similar a la temperatu
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    9:53
  • 719. Diciembre (infantil)
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez un pequeño pueblo llamado  Valleclaro, En este pueblo la gente solía decir que el año tenía once meses grises y uno dorado. Más aún decían decir que Noviembre siempre se sentía eterno, ya que siempre tenía sus lluvias frías y tardes oscuras. Todos sabían que después de aquellos meses largos siempre venia lo mejor..Además en aquel pueblo vivía un hombre llamado Elias. El era el relojero de el pueblo como igual lo habían sido su padre, su abuelo, su bisabuelo y sus tatara tatara tatara abuelos. Todos los relojeros desque se tenga memoria en aquel pueblo en las montañas. Pero  lo más interesante es que todos sabían que, en la torre del reloj de la plaza, el viejo Elías tenía una misión importante.Al igual que todos sus antepasados Elías no era un relojero común. No solo cuidaba de los engranajes de bronce de todos los relojes del pueblo; él cuidaba del Tiempo de la Alegría.Cuando llegaba La noche del 30 de noviembre, el pueblo se sumergía en un silencio absoluto. Todos se reunian en la plaza del pueblo para ver com. Elias cruzaba la plaza central donde estaba la torre del reloj y subia uno a uno los 300 escalones de la torre.  En su bolsillo Llevaba una pequeña llave de plata que solo usaba una vez al año. Era la misma llave que su tatara tatara tatara abuelo había fabricado cuando instalaron aquel reloj en la torre. —Ya casi es hora —murmuró Elías, mirando por la esfera de cristal hacia el pueblo reunido debajo de la torre.Faltaba un minuto para la medianoche. Elías se acercó al mecanismo principal del gran reloj. No lo ajustó para dar la hora, sino que insertó la llave de plata en una ranura secreta detrás del péndulo. Al girarla, no sonó un clic, sino una melodía suave, como de cascabeles lejanos.¡Bong!La primera campanada de la medianoche resonó, pero esta vez fue diferente. No fue un sonido metálico y frío. La onda expansiva de la campana llevó consigo una brisa fresca que olía a pino, a canela y a leña quemada. La onda de aquel Bong comenzó a cubrir todo el pueblo y rápidamente llego a lo alto de las montanas donde las nubes cargadas de gotas de lluvia comenzaron a vibrar como sacudidas por una mano mágica. Abajo, en el pueblo, la magia comenzaba a ocurrir.Las farolas, que parpadeaban con luz amarilla, de repente brillaron con una intensidad cálida y acogedora.En las vitrinas de las tiendas, el polvo pareció convertirse en escarcha brillante.Incluso el viejo perro del panadero, que siempre dormía gruñendo, movió la cola en sueños.Pero lo más curioso sucedió en el cielo donde todas las nubes se habían reunido esperando el momento justo como lo habían estado haciendo desde hacía muchos muchos años. . Justo cuando el reloj marcó las 12:01 y el calendario oficial cambió a 1 de Diciembre, una de las nubes que estaban sobre la plaza fabrico un copo de nieve y lo dejo caer lentamente como caen los copos de nieve. No era una tormenta, era solo uno.El copo aterrizó en la nariz de una niña llamada Ana, que se encontraba junto a sus padres en la plaza  esperando ver algo especial sintió aquel copo en su cara. Al ser tocada por aquel blanco copo  Ana no sintió frío pero si  Sintió unas ganas inmensas de abrazar a alguien.—¡Mamá, papá! —y saltando se abrazo a sus padres. —. ¡Ya llegó!  Ya llego.  Luego como si una orden hubiera sido dada al interior de las nubes todas comenzaron a fabricar copos de nieve y a dejarlos caer lentamente sobre la plaza del pueblo. Allí uno a uno cada habitante de Valleclaro empezó a sentir los copos de nieve en su cara y todos comenzaron a sentir la alegría y
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    6:47
  • 718. El invitado de Paja (Infantil)
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez en medio de un muy pequeño campo de maíz en las afueras de un pueblo tranquilo, un espantapájaros llamado  Palito. Palito Llevaba años allí, con su sombrero deshilachado y su camisa de cuadros, observando la casa de la familia Miller que eran los dueños de aquel pequeño cultivo. La Familia Miller era muy pobre pero siempre sembraban su pequeña parcela con maíz para ser vendido durante la cosecha. Palito estaba allí para ahuyentar las aves que se comían el maíz y siempre hacia su trabajo lo mejor posible.Aquel año había sido especialmente duro y el Señor Miller temía que iba a tener que vender su casa y su parcela para pagar las deudas. Sin embargo, confiaba en que Dios oiría sus plegarias especialmente ahora que había llegado el Día de Acción de Gracias.Cada año, cuando llegaba el Día de Acción de Gracias, Palito sentía una punzada de tristeza en su pecho de heno. Veía el humo salir de la chimenea, olía el aroma del pavo asado y el pastel de calabaza, y escuchaba las risas amortiguadas por los cristales. Su único deseo era saber qué se sentía al ser parte de esa calidez, aunque fuera por una sola noche.Ese año, el invierno llegó temprano y el viento era helado. "Nadie debería estar solo hoy", pensó Palito. Con un esfuerzo sobrenatural que solo ocurre en las noches mágicas, logró desengancharse de su estaca. Sus piernas de paja crujieron. Se acomodó el sombrero, se sacudió un par de cuervos dormidos y caminó torpemente hacia la casa de los Miller.Al llegar al porche, dudó. ¿Qué pensarían? Se armó de valor y dio tres golpes secos a la puerta: Toc, toc, toc.La puerta se abrió y apareció la señora Miller. Se quedó mirando a la figura extraña: un hombre rígido, con el rostro oculto bajo la sombra del sombrero y paja asomando por los puños de la camisa y unas manos extrañas que parecían hechas con palitos.—Buenas noches —dijo Palito con una voz rasposa, como hojas secas arrastradas por el viento—. Soy... un viajero perdido.Hubo un silencio tenso. De repente, el señor Miller apareció detrás de su esposa, sonrió ampliamente y dijo: —¡No se diga más! En esta casa nadie cena solo en Acción de Gracias. ¡Entra, amigo!Lo sentaron en la cabecera. La mesa estaba llena de manjares. Palito no podía comer, por supuesto; no tenía estómago. Pero la familia no pareció notarlo. Los niños, dos gemelos curiosos, le contaban historias sobre la escuela. El abuelo le servía sidra (que Palito dejaba intacta disimuladamente) y la señora Miller le acercaba los platos para que oliera el vapor.Palito nunca había sido tan feliz. Se sentía humano. Se sentía vivo. Escuchó, asintió y su corazón de paja se llenó de una gratitud inmensa.Cuando el reloj marcó la medianoche, Palito supo que la magia se acababa. Se levantó bruscamente. —Debo irme —susurró—. Gracias por el calor.Salió corriendo hacia el campo antes de que pudieran detenerlo. Volvió a su estaca, se colgó de nuevo y se quedó inmóvil, justo cuando el sol comenzaba a salir.A la mañana siguiente, el señor Miller salió al porche con una taza de café. Miró hacia el campo de maíz y pero esta vez le llamo la atención aquel espantapájaros que siempre estaba pero que el nunca observaba. Hoy este espantapájaros se veía diferente. Brillaba bajo el sol de la mañana con una luz que transmitía felicidad—Papá —dijo uno de los gemelos, saliendo a su lado—, ¿crees que al señor Palito le gustó la cena?El señor Miller sonrió, sin mostrar sorpresa alguna por la pregunta de su hijo. —Estoy seguro de  que si.El señor Miller caminó hasta el espantapájaros para acomodarle el sombrero. Al acercarse, notó algo extraño en
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    7:17
  • 717. El cuenco de Aceite
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez un reino donde la más pequeña de las ofensas era castigada duramente. Aquel día el sol del mediodía caía a plomo sobre la ciudad, convirtiendo los adoquines en una parrilla ardiente que  hacia aún más caliente el esfuerzo de caminar. Y sobre ella iba a  caminar un recluso.  Al recluso, demacrado por meses de oscuridad en el calabozo, la luz le hería los ojos, pero no podía parpadear. No se lo permitía el terror.Sobre su coronilla afeitada descansaba un cuenco de porcelana solida y fría. Dentro de este recipiente había un aceite dorado y denso que colmaba la vasija hasta desafiar las leyes de la física; el líquido en su superficie formaba una curva convexa sobre el borde, era un menisco tembloroso que amenazaba con romperse ante el suspiro más leve o al movimiento más levemente desincronizado—Recuerda —susurró el verdugo a su espalda con su voz grave y seca como el polvo del camino. Una  sola gota de aceite. Solo una mancha en tu frente, y mi espada cortará tu cuello antes de que el aceite toque tus cejas.Comenzaron la marcha. Y el recluso sabía que su vida dependía de aquella cruel marcha. Debía llegar al otro lado de la ciudad sin derramar ni una sola gota de aceite. El primer desafío fue el propio cuerpo del recluso. Sus músculos, atrofiados por el encierro, gritaban ante la rigidez forzada. Tenía que deslizarse, no caminar. Cada paso debía ser una danza de amortiguación, rodillas flexionadas, cuello rígido como una viga de hierro, la mirada clavada en un punto fijo en la nada. Detrás, el golpe rítmico de las botas del verdugo y el siseo del acero al rozar la vaina servían de metrónomo macabro.Entraron en el mercado de las especias. La primera tentación fue olfativa. Nubes de azafrán, de ajo, de comino, de carne asada y de pan fresco golpearon su rostro. Su estómago, vacío durante días, rugió con violencia, una convulsión interna que hizo vibrar su columna vertebral. El aceite osciló peligrosamente. El recluso apretó los dientes hasta que le dolieron las encías, ignorando el hambre, ignorando el aroma a pan recién horneado que parecía llamarlo por su nombre. Apreto su conciencia en lo que hacia y Siguió adelante.Luego vino el caos sonoro. Un comerciante tropezó y una bolsa de monedas de oro se rompió a los pies del prisionero. El tintineo del metal precioso rodando por las piedras fue hipnótico. La gente se abalanzó gritando, empujándose para rapiñar el botín. Un niño pasó rozando su pierna. El instinto humano de mirar hacia abajo, de ver la riqueza, de protegerse del tumulto, fue casi insoportable. Sintió el aliento frío del verdugo en su nuca, una advertencia silenciosa. El recluso fijó la vista en el horizonte, convirtiéndose en una estatua que camina, sordo a la codicia.Atravesaron la plaza de los herreros, donde el calor era infernal y las chispas volaban. Una brasa diminuta que salto de una de aquellas fraguas  aterrizó en su hombro desnudo. La piel siseó. El dolor fue agudo, punzante. Todo su ser quería sacudirse, gritar, saltar. Pero el miedo a la espada era mayor que el fuego. Soportó la quemadura, dejando que el olor de su propia piel chamuscada se mezclara con el del aceite que seguía, milagrosamente, en su sitio.Y entonces, llegaron al centro de la ciudad.El aire cambió de repente. El hedor a sudor y bestias desapareció, reemplazado por una fragancia embriagadora de jazmín y agua de rosas.Allí sonaban los tambores. Un ritmo sensual, profundo, que resonaba en el pecho. Eran las bailarinas imperiales, famosas en todo el reino por una belleza que, según decían, podía detener corazones.Entraron en su campo de visión periférica. Eran remolinos de seda
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  • 716. La sabiduría
    Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur [email protected]ía una vez un pueblo En la Edad Media donde vivía un un joven caballero llamado Rodrigo, . Rodrigo había crecido con el profundo deseo de ser rico y famoso. Su ambición lo llevó a aceptar el reto más peligroso que había en toda la comarca. Se decía que en el bosque de las sombras había un tesoro oculto que nadie había podido obtener. El tesoro , según las leyendas, estaba custodiado por el mismo Diablo. Pero Rodrigo se consideraba así mismo  valiente, sagaz e inteligente.  Antes de partir, Rodrigo se cruzó con un anciano harapiento en la plaza misma de su pueblo. El viejo, con ojos que parecían haber visto siglos, le dijo al verlo pasar. —Muchacho. Si buscas el tesoro, escucha mi consejo: no todo lo que brilla es oro, y no todo lo oscuro es peligroso.Rodrigo, altivo, respondió:—Viejo, yo no temo ni a hombres ni a demonios. Mi espada y mi fe  me bastan. Así que bien puedes ahorrarte tus palabras. El anciano sonrió con una calma inquietante y vio como el muchacho continuo su camino sin ningún gesto de cortesía hacia el. .Rodrigo siguió el camino del bosque y al llegar a el se interno con la espada en su mano.. Tras horas de caminar en la semi oscuridad que el bosque ofrecía, llegó a una encrucijada: Frente a el había un sendero iluminado y otro cubierto de niebla. Después de mirar ambos caminos por algunos minutos y olvidando el consejo de aquel viejo en el pueblo, Rodrigo Eligió el camino soleado, donde halló un cofre dorado resplandeciente y otro de madera rustica casi a punto de desbaratarse. Encantado por la apariencia de aquel cofre brillante de color del sol, decidio abrilo. De pronto del cobre salieron lenguas de fuego que lo alcanzaron y lo lanzaron al suelo. Después de algunos minutos se pudo incorporar y vio como el otro cofre había desaparecido y como detrás de el cofre dorado en llamas surgía una figura imponente: cuernos, alas negras y ojos rojos como brasas. Era un demonio del infierno.—¿Creíste que sería fácil, muchacho? —rugió la criatura—. Este bosque es mío, y todo lo que brilla es mi engaño.Rodrigo, herido pero desafiante, levantó su espada y grito. —¡Lucharé contra ti!El demono rió con un eco que hizo temblar los árboles.—No necesito pelear. Solo esperar. Los hombres como tú siempre caen por su orgullo y soberbia.En ese momento, desde el camino que Rodrigo había recorrido apareció el viejo que le había advertido en el pueblo. Rodrigo, atónito, vio cómo el demonio se inclinaba ante él.—Mi señor —dijo el demonio con voz sumisa.El viejo miró a Rodrigo y habló con serenidad:—Te lo advertí, joven. Te di la oportunidad de alcanzar grandes tesoros si me hubieras hecho caso en la plaza. El verdadero poder no está en la fuerza, sino en la experiencia. El anciano se transformó en una figura aún más oscura aun, con alas que cubrían el cielo. Rodrigo comprendió que había estado hablando con el verdadero amo del bosque: el viejo Diablo había jugado con su soberbia desde el principio en la plaza del pueblo.Con una sonrisa cruel, el anciano-Diablo susurró: Muchacho recuerda que más sabe el diablo por viejo que por diablo y ahora tu ambición y soberbia serán mi tesoro Y el bosque se cerró sobre Rodrigo, convirtiéndolo en una sombra más entre los árboles.Y dicen los saben que aquellos que se aventuran a caminar por el bosque de las sombras todavía hoy escuchan el lamentar de un joven caballero que repite sin cesar. Más sabe el diablo por viejo que por diablo.  
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    5:34

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Acerca de Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

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