Alejandro Magno: el hombre y el dios. Primera parte
Dicen que cuando Alejandro Magno llegó al fin del mundo conocido… lloró. No porque le faltaran tierras que conquistar, sino porque entendió que su ambición ya no cabía en los mapas. ¿Qué clase de hombre arde con tanta intensidad que deja una huella imborrable en solo 32 años de vida?
Siglo IV antes de Cristo. Las ciudades griegas están divididas por rencillas y luchas intestinas. El poderoso Imperio Persa parece inquebrantable y amenaza con apoderarse de ellas, pero al norte, en las montañas de Macedonia, un joven rey contempla el horizonte con una ambición que ningún hombre había tenido antes.
Es Alejandro. Un líder como nunca antes se había visto.
Alejandro no fue un rey al uso. Fue una tormenta. Un relámpago fugaz y deslumbrante que incendió el mundo antiguo desde Macedonia hasta los confines de la India. A los 13 años fue alumno de Aristóteles. A los 20, se convirtió en rey. Y antes de cumplir los 30, había derrotado al Imperio Persa, alzado ciudades en medio del desierto, y fundido culturas bajo un solo estandarte.
Con apenas veinte años, se lanzó a la conquista de un mundo que se creía inconquistable. Condujo a sus ejércitos a través de desiertos abrasadores, ríos indomables y montañas infranqueables. Cada batalla que libró fue un desafío a la muerte. Cada ciudad que conquistó, una prueba de su visión del mundo.
No buscaba oro. Buscaba algo que ni él sabía nombrar: una idea de inmortalidad. Quería fundirse con los dioses, vencer al tiempo, convertirse en leyenda. Y lo consiguió. Más de dos mil años después, seguimos hablando de él, preguntándonos si fue un genio militar, un dios caminando entre los hombres… o simplemente un joven obsesionado con superar a todos los que vinieron antes.
Una idea lo consumió: avanzar, ir un paso más allá, descubrir un nuevo horizonte.
Desde los campos de batalla de Persia hasta los templos sagrados de Egipto. Desde las murallas inexpugnables de Tiro hasta los valles profundos de la India. En cada paso dejó un legado. En cada victoria, un eco de su inmortalidad.
Esta no es solo la historia de un conquistador. Es la historia de una ambición sin límites, de una obsesión por lo imposible. Es la historia de un hombre que vivió sin frenos, que no conoció la derrota, pero que pagó un alto precio por ello.
¿Fue un visionario que quiso unir Oriente y Occidente… o un conquistador despiadado que avanzaba dejando un rastro de sangre tras de sí? ¿Amó a su pueblo o se amó solo a sí mismo? ¿Fue realmente invencible… o temía tanto la muerte que intentó devorarla a golpes de imperio?
Y ahora hazte una pregunta
Si hubieras estado allí, en el fragor de la batalla, si hubieras oído su voz llamando a la carga… ¿Habrías seguido a Alejandro hasta el fin del mundo?
Hoy la Escafandra 2020 viaja hasta el remoto siglo IV antes de Cristo para conocer a un hombre inigualable. Este es Alejandro Magno y esta es su historia.